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Actualizado: 29 de noviembre de 2025


¿A dónde vamos hoy? repitió el ciego. A donde quieras, niño de mi corazón repuso la Nela, comiéndose el dulce y arrojando el papel que lo envolvía . Pide por esa boca, rey del mundo. Los negros ojuelos de la Nela brillaban de contento, y su cara de avecilla graciosa y vivaracha multiplicaba sus medios de expresión, moviéndose sin cesar.

Comí solitariamente en mi torre, servido como de costumbre por el viejo Alain, instruído sin duda por los rumores de antecámara de lo que había pasado, pues no cesó de clavarme miradas insinuantes, arrojando por intervalos profundos suspiros y observando contra su costumbre un taciturno silencio. Sólo interrogado por , me hizo saber que las señoras habían decidido no ir al baile aquella noche.

¡Me decía eso y me creía casi justificada, aun ante mi propia conciencia, ciega de ! Y el crepúsculo volvió: el sol poniente abrasó una vez más el horizonte por encima de la ciudad, arrojando por las ventanas, a las habitaciones, su luz rojiza.

Viajando por Andalucía había visto al borde de un río unos muchachos que intentaban ahogar á un perro vagabundo, arrojándole piedras. Mary cayó sobre ellos, loca de cólera, apaleándolos con su quitasol. Uno de los chicuelos lloró, arrojando sangre por las narices... Este mal recuerdo había perturbado muchas de sus noches.

Casi al mismo tiempo silbó una bala, seguida de una detonacion: Mautang soltó el fusil, lanzó un juramento y llevándose ambas manos al pecho cayó girando sobre mismo. El preso le vió revolcándose en el polvo y arrojando sangre por la boca. ¡Alto! gritó el cabo poniéndose súbitamente pálido. Los soldados se pararon y miraron en torno.

Mejor será quemarlas dijo otro, arrojando al brasero unos papeles, que se consumieron muy pronto. Todos bajaron por una escalera interior, dirigiéndose á la huerta, excepto Bozmediano y los otros dos, que, bajando por la escalera principal, llegaron á la puerta. Claudio gritó: ¿Quién va? Abra usted dijo Lázaro. ¿Quién es? ¿Qué busca usted? Busco á don Claudio Bozmediano.

Tengo un gallinero que es un encanto. ¡Si me viera usted por las mañanas rodeada de plumas y cacareos, arrojando el maíz a puñados, teniendo a raya a los gallos que se meten bajo mis faldas y me pican los pies! Me parece mentira que sea yo la misma de otros tiempos, que blandía la lanza e interpretaba, así regularmente, los ensueños de Wagner. Ya verá usted a mi gente.

Sea bien venida, en tan bello día, la linda niña, y abrázeme dijo la señorita de Porhoet. Ha corrido usted mucho, loquilla, pues tiene la fisonomía sumamente encendida y de los ojos le brota materialmente fuego. ¿Qué podría ofrecerle, mi maravilla? ¡Veamos! dijo Margarita arrojando una mirada sobre la mesa ¿qué es lo que hay aquí? ¡El señor se lo ha comido todo! Además, no tengo hambre sino sed.

Don Raimundo Portas rondaba el tesoro, arrojando miradas de codicia, embriagado, subyugado con aquel espectáculo, relamiéndose golosamente. ¡Oro 343! gritó una voz. Alguien tocó en el hombro a Rocchio. Era Jacintito, descompuesto, con el sombrero ladeado, amarillo, muy grave. El coloso se levantó. Amigo Esteven, me alegro de verle. Amigo Rocchio, una palabrita...

De aquí dimana el que juzguemos instintivamente por imposible ó poco menos que imposible, obtener un efecto determinado por una combinacion fortúita: por ejemplo el formar una página de Virgilio arrojando á la aventura algunos caractéres de imprenta; el dar en un blanco pequeñísimo sin apuntar hácia él, y otras cosas semejantes. ¿Hay aquí una razon filosófica? ciertamente; pero no es conocida del vulgo.

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vengado

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