Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !

Actualizado: 29 de julio de 2025


Partían de él relinchos desesperados, cacareos de terror, gruñidos feroces; pero la barraca, insensible á los lamentos de los que se tostaban en sus entrañas, seguía arrojando curvas lenguas de fuego por las puertas y las ventanas. De su incendiada cubierta elevábase una espiral enorme de humo blanco, que con el reflejo del incendio tomaba transparencias de rosa.

Las mestizas que no habían salido á bailar palmoteaban incesantemente, acompañando el runruneo de las guitarras. De vez en cuando una de ellas entonaba la copla de la cueca, y los hombres daban alaridos, arrojando sus sombreros. Un jinete desmontó frente al boliche, atando su caballo á un poste del sombraje.

Los cañones de largo alcance seguían tirando sobre la capital; casi todas las semanas, escuadrillas de aviones alemanes hacían una excursión nocturna sobre ella, arrojando explosivos. Tal viaje ofrecía el aliciente de la emoción y del peligro á este solitario, atormentado en su robustez por una existencia inmóvil y monótona, sin otra novedad que el rumiar de nuevo sus recuerdos.

Estos eran los más temibles: caballos incurables, atacados de vértigos y otros accidentes, que de pronto venían al suelo, arrojando al jinete por las orejas.

Siempre están arrojando agua; y cada vez tanta, como media cuba francesa, porque meten la cabeza debajo del agua y vuelven á sacarla al instante, arrojándola, como se ha dicho. El que no hubiese visto esto nunca, pensaria que navega un monton de peñascos. Sale el autor del puerto del Espíritu Santo y llega á la Tercera y los Azores: navega á España, y de allí á Flandes.

En otros lienzos no menos obscuros veíanse castillos arrojando llamas por sus troneras, y al pie de ellos guerreros con la cruz blanca de ocho puntas sobre la coraza, tan grandes casi como las torres, y aplicando a éstas sus escalas para subir al asalto.

¡Viva Pablo! gritaron los muchachos arrojando al aire sus sombreros; las mujeres lloraban, los hombres vinieron a saludarlo. El alcalde lo condujo a donde se hallaban su hermana y sobrina, diciéndole: Ven por acá, picaruelo, aquí te necesitan: si tienes buen corazón, nos has de perdonar a todos.

Otros levantaban la cabeza y sorbían el aire como camellos, libidinosamente. Sin preguntar el precio, arrojando sobre el tablero alguna moneda excesiva, Ramiro solía comprar un perfumado jubón para alguna mozuela, o zapatos infantiles con que después obsequiaba a las madres moriscas.

Las campanas sonaban alegres en una atmósfera tibia y ligera; las golondrinas pasaban rápidas, en bandadas, arrojando sus agudos chillidos; el sol de junio derramaba sus rayos dorados á través de las ramas, y á lo largo del paseo de tilos que conduce desde la plaza de la iglesia hasta la quinta de la señorita Guichard, la boda caminaba lentamente sobre el césped.

Acercóse al orador el anciano aquel respetable y quiso calmarle. Por Dios, ¡mi amigo! basta de palabras gruesas; ya se ha desahogado usted bastante. ¡Un poquito de tranquilidad! ¡Ladrones! repitió el joven arrojando su sombrero contra la pizarra.

Palabra del Dia

malignas

Otros Mirando