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El mundo lo marchita todo con su pestífero aliento. ¿No saben todos que el duque, no satisfecho con practicar las artes, protege a los artistas, a los sabios y todo lo que puede influir en los adelantos de la inteligencia? ¿Además no es ella mujer de un hombre a quien el duque debe tanto?

La esposa o la desposada que nos burla habíase dicho a mismo se troca, al pronto, en nuestro peor enemigo; una vez descubierta no queda sino darle muerte sin piedad, y después olvidarla, olvidarla del todo, barrer del corazón hasta su nombre, inhumar su recuerdo como un harapo de pestífero. He ahí la vieja ley de la honra.

Desde que cualquier escritor no entiende palotada de una ciencia, se escuda con el Sentido Común, y ya le parece que es el más sabio de la tierra. Vete, negro y pestífero Adjetivo, lejos de mi, ó te juro que no saldrás con vida de mis manos

Fue en vano buscarla: una negra vieja, inmunda, casi desnuda, que me parecía esperar ansiosa la noche para enorquetársele al palo de escoba, tuvo compasión de y me llevó a un cuarto... ¡Qué cuarto aquél! La única ventana daba a un pantano pestífero; la cerré. La cama tenía esas sábanas crudas, frías, húmedas, que dan un asco supremo.

¡Oh, las interminables noches de centinela en la puerta de los ministerios, la garita vieja donde entra la lluvia y en que los pies se hielan!... ¡Los coches de lujo, que salpican de barro cuando pasan!... ¡Oh, el trabajo suplementario, los días de limpieza general, el cubo pestífero, la cabecera de tabla, la fría diana en las mañanas lluviosas, la retreta entre niebla a la hora de encender el gas, la lista por la tarde, a la cual se llega arrojando el bofe!...

De aquesta libertad y gran soltura El Limense Concilio fué informado: Queriendo reformar esta locura, Y abuso tan pestifero y malvado, Publica con rigor una censura pena de la cual les fué mandado, A las damas sus rostros descubriesen, A al menos á las fiestas no saliesen.

En cada línea que venía del odiado país, en que había caído el catolicismo, se temía encontrar el contagio pestífero de la herejía . Si damos fe al testimonio de Velázquez, en el año de 1754 no existía aún en español libro alguno inglés, y, por consiguiente, era mucho más difícil que su literatura tuviese en la de España influencia alguna.

Al hombre, más débil y más inerme que el cordero, el espíritu, convertido en herrero y en pirotécnico, le ha dado armas y fuerzas mil veces mayores que las del león; al hombre, más desnudo que el perro chino, el espíritu, convertido en tejedor, en sastre, en zapatero y en sombrerero, le ha vestido más primorosos trajes que al pavón, al colibrí y al papagayo; al hombre, poco más listo que el topo o el mochuelo en punto a ver, el espíritu, convertido en fabricante de catalejos, le ha dotado de vista más penetrante que la del águila; al hombre, que jamás hubiera hecho natural e instintivamente algo que valiese media colmena, el espíritu, convertido en arquitecto, le ha enseñado a construir alcázares soberbios, torres esbeltas, pirámides ingentes, columnas airosas, cómodas viviendas, catedrales, teatros, y en suma, ciudades maravillosas; al hombre, que en el estado de naturaleza selvática es propenso a comerse a sus semejantes, y que se regalaba, y aun suele regalarse en algunas regiones, con ásperas bellotas, con cigarrones machacados o con pescado crudo y putrefacto, el espíritu, convertido en cocinero, le prepara artísticamente manjares agradables, hasta a la vista, y hace que uno de los actos que más le recuerdan lo que tiene de común con el animal sea un acto solemne, de corbata blanca y condecoraciones, donde tal vez se celebran los triunfos más trascendentales de la religión, de la ciencia, de la filosofía y de la política; al hombre, en fin, que después del pecado, se entiende, y en el estado de naturaleza y ya sin gracia, debió de ser casi tan feo como el mono, y más sucio que el cerdo, y más pestífero que el zorrillo, el espíritu, convertido en ortopédico, en pescador de esponjas, en fabricante de baños, en civilización para decirlo en una palabra, le ha hecho limpio, oloroso, aseado y bastante bonito para servir de modelo a la Minerva y al Júpiter de Fidias, al Apolo del Vaticano y a las Venus de Milo y de Médicis.