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¡Oh, las interminables noches de centinela en la puerta de los ministerios, la garita vieja donde entra la lluvia y en que los pies se hielan!... ¡Los coches de lujo, que salpican de barro cuando pasan!... ¡Oh, el trabajo suplementario, los días de limpieza general, el cubo pestífero, la cabecera de tabla, la fría diana en las mañanas lluviosas, la retreta entre niebla a la hora de encender el gas, la lista por la tarde, a la cual se llega arrojando el bofe!...

¿Dónde acabaré de pasar la velada? Es muy temprano para acostarme, los clarines de los spahis no han tocado todavía retreta. Además, los cojines de oro de Sid'Omar bailan en torno mío fantásticas farándulas que no me dejarían dormir... Estoy delante del teatro; entraré un momento.

Santiago León Santa María nació predestinado para la noble carrera de las armas, porque vio la luz del día, o por mejor decir, las sombras de la noche, en el momento mismo en que la retreta pasaba por delante de los balcones de la casa, de modo que hizo su entrada en el mundo a son de caja. Eso es cierto dijo la marquesa, sonriéndose.

Hay, sin embargo, dos puntos que podrían figurar con honor en cualquier ciudad europea: la plaza Bolívar, perfectamente enlosada, con la estatua del Libertador en el centro, llena de árboles corpulentos, limpia, bien tenida, delicioso sitio de recreo para pasar un par de horas oyendo la música de la retreta, y el Calvario.

Muy bien, chico, muy bien repuso el coronel mirándole. Eres ya un sabio. Carlitos se puso colorado de gusto. Pero Enrique, que estaba detrás, se indignó con aquella prueba de sabiduría que acababa de dar su hermano, y le dijo al oído: ¡Farol! ¿Ya has metido la cucharada? ¡Farol de retreta!

Crucé la plaza en donde resonaban los primeros sones de la retreta militar. Luego el ruido de las cornetas se alejó y yo seguí la marcha desde lejos, por las calles más sinuosas, guiándome por el eco de ellas más claro o más confuso según la anchura del espacio en que se desplegaba el sonido a través del aire, en completa quietud aquella noche.

Y silbando fagina y después retreta llegó hasta el prado, dejó la macona en el suelo y se puso á segar el verde. Pronto se le olvidó el caso de Demetria y volvieron á su imaginación las dulces memorias del país donde florecen los naranjos. Una soleá muy gitana se le escapó de la garganta. Y como allí no podía oirle su abuela, cantó con todo el aliento de sus pulmones.