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Actualizado: 22 de julio de 2025


Lubimoff pasó más de una hora, muellemente hundido en un sillón del bar, oyendo á Castro. Las ramas de los grandes árboles de la terraza arañaban dulcemente los vidrios de las ventanas en la penumbra del crepúsculo. Atilio exteriorizó su melancolía lamentando la parquedad del .

Por ferias ó por pascuas suele ir una compañía de cómicos de la legua, ó de titiriteros á pie ó á caballo. Entonces oye uno tutearse en las lunetas, sin previo aviso, á dos personas de distinto sexo que no se han hablado desde que se arañaban, al salir él de la escuela y ella de la amiga; esto es, cuando tenían siete años.

A la sombra de los altos plátanos funcionaban las peluquerías de la gente huertana, los barberos de «cara al sol». Un par de sillones con asiento de esparto y brazos pulidos por el uso, un anafe en el que hervía el puchero del agua, los paños de dudoso color y unas navajas melladas, que arañaban el duro cutis de los parroquianos con rascones espeluznantes, constituían toda la fortuna de estos establecimientos al aire libre.

Abríanse las puertas, arrojando la fétida atmósfera de la noche, y las escobas arañaban las aceras, lanzando nubecillas de polvo en los rayos oblicuos de aquel sol rojo, que asomaba al extremo de las calles como por una brecha.

Las cañas del batalan de la casa de Tintay y las de la mía, no digamos que se besaban, pero se arañaban unas á otras. Tintay salía con frecuencia al batalan, yendo unas veces en busca de menesteres de una casa arreglada, y otras á hacer menesteres ajenos á la casa.

Y Maltrana, borracho, señalaba el mar obscuro, increpándolo con una furia cómica... Pasaban sobre su lomo, lo arañaban cruelmente con la quilla, bien comidos, el pensamiento en reposo, los miembros en huelga, y él se vengaba de este rudo despertar enviándoles un hálito excitante que esparcía el deseo y la locura.

Patria le decía con sus ojuelos que arañaban: «Abra usted, tonta, y déjese de remilgos». La señora decía: «¿Le parece a usted bien que abra?... ¿Cree usted que...?». Pero a Fortunata la ganó de súbito el decoro, y tuvo un rechazo de honor y dignidad. «Si esto sigue dijo , despertaré a mi marido. ¡Ah!, ya parece que se retira el ladrón, pues ladrón debe de ser...».

Otras veces entraban los demonios con mucho tropel y ruido y cogiéndole por los pies le sacaban arrastrando por el dormitorio hasta el claustro; unos le daban golpes y bofetadas, otros le pisaban el vientre y la cabeza, otros le arañaban el rostro y tiraban a sacarle los ojos; pero invocando los nombres Jesús, María y José, se iban y lo dejaban." Diversión económica

Palabra del Dia

godella

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