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Caminaban tomadas del talle, lo mismo que si fuesen compañeras de pensión, y antes de que terminase la noche iban a tutearse, entusiasmadas por una amistad que consideraban eterna y databa de unas cuantas horas.

¿Por qué no hemos de acordarnos?... Y bien que lo hacías , gachona; bien ajustadito, aunque te hacía falta un poco de garbo. Calle, calle, hermana, que ya no nos corresponde hablar así. Por la regla del instituto no podían tutearse las hermanas aunque fueran próximas parientas. La hermana María de la Luz no olvidaba jamás este precepto; pero su prima lo infringía a cada instante.

Núñez, como ya se ha dicho, le llevaba ocho o diez años de edad, gozaba de un nombre ilustre como pintor, frecuentaba la alta sociedad y era temido y agasajado por su mordacidad. Estas circunstancias hacían que Tristán se sintiese halagado por aquella amistad que, aunque nacida hacía dos años nada más, había adquirido gran intimidad, hasta llegar a tutearse.

A pesar de todo, Núñez, siempre audaz, quiso de nuevo acercarse a ella, pero se vio inmediatamente defraudado, porque la dama no volvió a separarse un instante de la condesa de Peñarrubia, con quien trabó conversación animada. Esta le había propuesto tutearse: entre jóvenes no hay nada más grato ni que inspire más confianza.

En Lancia, como en todas las capitales pequeñas, los muchachos y muchachas solían tutearse. El conocerse desde niños y haber acaso jugado en el paseo juntos lo autorizaba. El conde de Onís jamás había cruzado la palabra con Fernanda, aunque la tropezase a cada momento en la calle.

No ha de merecerme igual respeto algo de lo humano que allí pasó por complemento del cuadro que tanto tenía de divino. Esto puede y debe ser, ya que no pintado, que no dan para empresa tan alta los colores de mi paleta, mencionado, por los menos; y vaya como ejemplo aquella exhortación final de don Sabas a la paciencia, al recogimiento, a la gratitud a Dios, del enfermo; cómo empezó encarrilado en las fórmulas trilladas del ritual, y se fue descarrilando poco a poco y entrándose por las sendas de su propio estilo y particulares sentimientos; cómo de esta manera se confundían y enredaban en la exhortación, el lenguaje solemne del sacerdote con el familiar de la pasión desbordada del amigo cariñoso; cómo llegó a responderle mi tío, ya para protestar nuevamente de su fe acendrada, de su resignación sin límites y de su conformidad absoluta con los decretos de Dios, ya para quejarse mansamente de que pudiera ser puesto en tela de duda por nadie el cumplimiento de éstos sus deberes de cristiano; cómo le replicó don Sabas para tranquilizarle sobre tan delicado particular, al que en modo alguno había intentado referirse él, cómo, enredados en este singularísimo diálogo, ya no hablaba el Cura en impersonal, y llegaron a tutearse los dos; cómo en la llaneza de este estilo tocaron puntos de sumo alcance piadoso, y se declaró don Sabas envidioso de la suerte de mi tío, a quien tantos, muy erradamente, compadecían entonces, y se dieron mutuas paces, poniendo por testigo de la cordialidad del impulso a «aquel Dios sacramentado que allí estaba presente en cuerpo y sangre»; cómo, al fin, bajándose mucho el Cura y alzándose un poco mi tío, se confundieron los dos en un abrazo, llorando don Sabas y ahogándose de fatiga el pobre enfermo conmovido; cómo con estos actos y aquellos dichos, el torrente de sollozos, mal contenido afuera, se desbordó por toda la casa, y trató Neluco de cerrar la puerta del cuarto en que nos encontrábamos para que mi tío no lo oyera, y cómo éste se lo impidió con sorprendente energía, y mandó que se franqueara la puerta a cuantos cupieran adentro para darles el último adiós; cómo hubo que complacerle, aunque ya no podíamos respirar ni los sanos en aquella estancia, y cómo se despidió sin retóricas sentimentales, pero en cristiano puro, sin dejar de ser aldeano neto, acabando por decirles: «Si lloráis porque perdéis lo que he sido, Dios vos lo pague en la medida del consuelo que me dais con ello; pero si vos duele mi muerte por la falta que he de haceros, mal llorado, porque aunque me voy, aquí vos dejo quien hará mis veces, y hasta con ventaja para vosotros. Ven acá, Marcelo. (Acerquéme a la cama, hecho un doctrino, torpe y desconcertado. Luego añadió él, mostrándome al montón de tablanqueses que habían invadido la habitación):

Por ferias ó por pascuas suele ir una compañía de cómicos de la legua, ó de titiriteros á pie ó á caballo. Entonces oye uno tutearse en las lunetas, sin previo aviso, á dos personas de distinto sexo que no se han hablado desde que se arañaban, al salir él de la escuela y ella de la amiga; esto es, cuando tenían siete años.