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Actualizado: 11 de julio de 2025
Sin alterarse luego, hizo con pausa mil añicos de la carta, incluso del sobre; después estuvo a punto de echar los añicos en el cesto que tenía al lado para los papeles rotos; y al cabo, como reflexionándolo mejor, y como temiendo que la carta destrozada pudiera juntarse y recomponerse, se alzó don Braulio de su asiento, se dirigió a la chimenea que ardía en un lado de la sala, y arrojó con cuidado en la llama todos aquellos pedacitos de papel.
En cierta ocasión se enamoraron de Fortuna tres hombres: Carlos Tizona, mozo de arrojo extraordinario, para quien la mejor razón era la espada: el doctor Infolio, que sin ser viejo casi lo parecía de tanto haber estudiado; y un tal Lepe, último vástago de una familia proverbial por lo lista.
Viéndose en el camino, á cierta distancia de la taberna, echó á correr, y cerca ya de su barraca arrojó en una acequia el pesado taburete, mirando con horror las manchas negruzcas de la sangre ya seca. Batiste perdió toda esperanza de vivir tranquilo en sus tierras. La huerta entera volvía á levantarse contra él.
El perro indignado ante aquel recibimiento tan poco hospitalario, gruñó sordamente, enseñándole al mismo tiempo su robusta dentadura y su encendida boca. ¿Estará rabioso? se preguntó el hombre. Y dándose él mismo una respuesta afirmativa, le arrojó el palo con fuerza y entró en la casa gritando: ¡Un perro rabioso!... ¡Mi escopeta, mi escopeta!
Retrocedió dos pasos y se arrojó con tal fuerza contra la puerta, que esta no quedó, evidentemente, en estado de recibir otro golpe. En el mismo instante se abrió la puerta y Lea, muy pálida, apareció en el umbral. Con un ademán indicó la casa á Sorege y dijo con voz cansada: Puesto que no puedo escapar á su persecución, entre usted.
Mas Güerequeque, que había quedado de vigía en la puerta de la calle, viendo despavoridos y maltrechos a sus compañeros, se quitó la capa y con pasmosa rapidez la arrojó sobre la cabeza del delincuente, que tropezó y vino al suelo: entonces toda la jauría cayó sobre el caído, según es de añeja práctica en el mundo, y fuertemente atado dieron con él en la cárcel de corte, situada en la calle de la Pescadería.
Uno de estos marinos, el capitán seguramente, que había hablado con Ester, se quedó tan prendado del aspecto de Perla, que intentó asirla para besarla; pero viendo que eso era tan imposible como atrapar un colibrí en el aire, tomó la cadena de oro que adornaba su sombrero, y se la arrojó á la niñita.
Estaba inclinada la cabeza al anoyo; exhalaba de rato en rato hondos sollozos, y tenia en la mano una varita con la qual estaba esciibiendo letras en una fina arena que entre los céspedes y el arrojo mediaba.
El batallón, al partir, siguió el camino que atravesaba Longueval y pasaba ante la casa del doctor. Madama Reynaud y Juan esperaban a la orilla del camino. El niño se arrojó en los brazos de su padre: «Llévame, papá, llévame.» La madre lloraba. El doctor los abrazó fuertemente a los dos, y continuó su marcha. A cien pasos de allí el camino hacía un recodo.
El fue quien hizo descubrir al famoso caudillo Aben-Djahvar, por medio de espantosos tormentos, dos escondites de armas en Sierra Nevada. En el paso de Alfajarali recibió en medio de la frente el puntazo de un cuchillo corvo que un morisco, de aquellos que peleaban coronados de rosas en señal de martirio, le arrojó desde lejos.
Palabra del Dia
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