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¿Le digo que no puede entrar? De ningún modo... si viene... Ha venido ya, y dijo que volvería. Pues cuando vuelva, que entre. Me parece que es ese que llama á la puerta. Pues ábrele... ábrele. Casilda salió. Dorotea se quedó esperando con impaciencia. Poco después entró el tío Manolillo, que arrojó al suelo la capa y la gorra, que venían empapadas de agua.

Se trata de la mujer que es todo para en el mundo. PANTOJA. Para es más: es los cielos y la tierra. MÁXIMO. Sepa yo al instante la maquinación que ha tramado usted contra esa pobre huérfana, contra , contra los dos, unidos ya eternamente por la efusión de nuestras almas; sepa yo qué veneno arrojó usted en el oído de la que puedo y debo llamar ya mi mujer. PANTOJA. No he dicho nada.

Quitóse los barajones en un periquete; los arrojó a un lado, enderezóse y dijo: Los rayos, ¡puches!, son pa cuando truena, y las oraciones, señor don Sabas, pa cuando se nesecitan como ahora mesmu.

Yo no os conozco dijo la joven , pero me siento unida á vos por un poder invencible; conozco que al separarme de vos, mi alma se rompería; no he amado nunca; vos sois el primer hombre á quien amo: ¿queréis mi amor? ¡Vuestro amor! exclamó asustado Montiño. ¡Qué! ¿le desprecias? ¡Ah! ¡señora! vuestro amor es la gloria. Dorotea se arrojó en los brazos de Montiño.

Oyendo lo cual, la Dolorida dueña hizo señal de querer arrojarse a los pies de don Quijote, y aun se arrojó, y, pugnando por abrazárselos, decía: -Ante estos pies y piernas me arrojo, ¡oh caballero invicto!, por ser los que son basas y colunas de la andante caballería; estos pies quiero besar, de cuyos pasos pende y cuelga todo el remedio de mi desgracia, ¡oh valeroso andante, cuyas verdaderas fazañas dejan atrás y escurecen las fabulosas de los Amadises, Esplandianes y Belianises!

Buscaba los coches de primera, porque en ellos encontraba departamentos vacíos. ¡Qué de aventuras! Una vez abrió sin saberlo el reservado de señoras; dos monjas que iban dentro gritaron: «¡Ladrones!», y él, asustado, se arrojó del tren y tuvo que hacer a pie el resto del camino.

El caso había sido que, hallándose el párroco en la cama, un hombre había penetrado en su dormitorio, le había despertado y le intimó para que le entregase el dinero. D. Miguel sin inmutarse echó mano al chaleco, sacó la llave y la arrojó al medio de la habitación. Luego, mientras el ladrón la recogía, sacó una de las pistolas que tenía debajo del colchón y le descerrajó un tiro dejándole tendido.

Facundo decía también que un solo remordimiento la aquejaba: ¡la muerte de los 26 oficiales fusilados en Mendoza! ¿Quién es, mientras tanto, este Santos Pérez? Es el gaucho malo de la campaña de Córdoba, célebre en la sierra y en la ciudad por sus numerosas muertes, por su arrojo extraordinario, por sus aventuras inauditas.

Por mi parte, declaro que me siento todavía niño cuando me arrojo en el arroyo querido.

Marcenes quiso obedecer la orden de su jefe, pero no le fué posible; el martillo cayó sobre el pistón sin hacer estallar el fulminante. Entonces, con decisión marcial, arrojó el arma que no le servía de nada, sacó el sable de la vaina de cuero e hizo esfuerzos supremos por alcanzar al alcalde, que con valor temerario se le había adelantado lo menos veinte pasos en la persecución del ladrón.