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Actualizado: 10 de julio de 2025
Vuelvo, oigo y penetro, señora doña Flora. Estoy arrepentido de mi locura... Tentome el demonio, y... Pero siento pasos, que se me figura son los del Sr. D. Pedro del Congosto. Jesús, María y José... ¡Y tú ahí tan serio tomando chocolate conmigo!... Pero hombre, ¿y el pudor y la decencia?
A la verdad, era un hermoso hijo pródigo, allí de pie, con su severo traje de última moda. Un pródigo arrepentido, con ojos tristes y obedientes, vueltos hacia la dura y antipática mirada del autor de sus días. La señorita Smith, un capullo de quince años, sintió en las puras profundidades de su loquillo corazón un movimiento de involuntaria simpatía hacia él.
Iba ya vencida la temporada, y Ruiloz estaba, aunque no arrepentido del favor hecho a su amigo, cansado de tener más trabajo que en Madrid, cuando llegó a Saludes un matrimonio joven, acompañado y servido por una doncella y un ayuda de cámara: albergáronse amos y criados en la mejor casa del pueblo, y en seguida el marido, que se llamaba D. Javier Molínez, se presentó a Ruiloz diciéndole que su esposa venía enferma, y que sólo para que él la asistiese habían hecho el viaje.
Yo, no.... Es una obra de caridad que acuda a llevarle un consuelo. Tú sabes que no puede ser.... Agora es solamente un pecador arrepentido. ¿Qué dice? Con nadie habla y a nadie quiere ver. Encerrado en la alcoba donde murió la santa, se oyen sus pasos, que vienen y que van.... Cuando alguien se acerca requiere la escopeta y amenaza con matarle. ¿Tú no le has visto? No, cordera.
Era en el fondo un muchacho excelente, tranquilo, amable, inofensivo: si había cometido aquella vileza fue solamente por instigación de la planchadora. A los pocos días, arrepentido sin duda, procuró hacer las paces con Miguel; éste, que no era rencoroso, le perdonó fácilmente y le aceptó por amigo: en poco tiempo llegaron a ser íntimos.
Sus ojos estaban inflamados, como si fuesen á manar sangre; su voz era trabajosa, cual si tirasen de ella, no dejándola salir el alcohol y la cólera. ¡Vesten! dijo con imperio á Batiste, avanzando una mano amenazante hasta rozar su rostro . ¡Vesten ó te mate! . ¡Vete!.. ¡Vete ó te mato! ¡Irse!... Esto es lo que deseaba Batiste, cada vez más pálido, más arrepentido de verse allí.
Con la superstición del que aguarda, se dijo que Alicia sólo podía presentarse al cerrar la noche, y el día le pareció interminable. Al anochecer dudó. No vendrá.... Debe haberse arrepentido. Estaba en la esquina de una calle curva y pendiente inmediata á la iglesia. Desde allí podía ver las gradas que comunican la plazoleta con el hundido bulevar.
Pero al mismo tiempo, el segundo, arrepentido de sus anteriores reflexiones, afirmaba en voz alta, con una sencillez heroica: Si te aconsejo que te retires, es por tu bien; no creas que es por miedo... Yo te seguiré mientras navegues. Alguna vez he de morir, y mejor es que sea en el mar. Únicamente me preocupa la suerte de mi mujer y mis hijos.
Si demoró tanto fue porque había cambiado de propósito; porque, cuando ya iba a abandonarla, notó que ella tampoco pensaba en él, y entonces su amor propio herido lo apartó de su primera intención. Entonces se dijo que esa mujer no debía ser de otro, quiso que volviera a ser suya como antes, y se mostró arrepentido, suplicante.
»Hasta aquí escribió Anselmo, por donde se echó de ver que en aquel punto, sin poder acabar la razón, se le acabó la vida. Otro día dio aviso su amigo a los parientes de Anselmo de su muerte, los cuales ya sabían su desgracia, y el monesterio donde Camila estaba, casi en el término de acompañar a su esposo en aquel forzoso viaje, no por las nuevas del muerto esposo, mas por las que supo del ausente amigo. Dícese que, aunque se vio viuda, no quiso salir del monesterio, ni, menos, hacer profesión de monja, hasta que, no de allí a muchos días, le vinieron nuevas que Lotario había muerto en una batalla que en aquel tiempo dio monsiur de Lautrec al Gran Capitán Gonzalo Fernández de Córdoba en el reino de Nápoles, donde había ido a parar el tarde arrepentido amigo; lo cual sabido por Camila, hizo profesión, y acabó en breves días la vida a las rigurosas manos de tristezas y melancolías.
Palabra del Dia
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