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Actualizado: 12 de junio de 2025


Si el Gran Capitán fuese ahora ministro de la Guerra, veríamos cómo se las arreglaba, aun con este presupuesto militar que agobia a la nación, para poner sus tercios en condiciones de sostener de nuevo una batalla en Italia.

Tenía ésta dos hermanos, antiguos traperos de Bellasvistas, que habían acabado por establecerse en el Rastro. Uno colocaba su puesto en la Ribera de Curtidores, dedicándose a la especialidad de armas y viejos instrumentos de música, que arreglaba con maestría extraordinaria. Otro era el grande hombre de la familia; todos hablaban de él con respeto, a causa de su riqueza.

Todos contestaban con un «¡ohde protesta, mientras se acomodaban la servilleta en el pescuezo. Ya sabían que la dueña de la casa arreglaba bien las cosas. Y empuñaban el tenedor, como diciendo: «¡Venga de ahí, que estamos a todoNo fue malo el desfile de platos organizado por Visanteta. Era la cocina indígena, con todo su esplendor de las fiestas tradicionales.

Si no había criado, ella lo hacía, y arreglaba los cuartos y tendía la mesa; una vez, se despidió a la cocinera, y como el servicio anda así, como Dios quiere, Susana tuvo que ir a la cocina y preparó un almuerzo que daba gloria. ¡Esta Susanita decía el padre, es tan buena! si ella faltara, no qué sería de la casa.

Petra le consoló y le mimó, dándole algunos besos, que fueron los hierros con que le esclavizó para siempre. De allí en adelante mostrose muy benévola hacia él; le cosía con esmero cualquier rotura que hubiese en su vestido; le pegaba los botones y le arreglaba la corbata; cuando venía despeinado, con sus propios peines le aliñaba el pelo.

No podían ser más sencillas sus costumbres: habitaba un cuartito bajo detrás de la tienda en compañía del mancebo y una cocinera vieja que arreglaba sus fugaces refacciones: dos o tres veces por semana comía en casa de Rivera, y una que otra se autorizaba el lujo de entrar en un restaurant y engullirse un cubierto de diez reales; jamás iba al teatro, pero tenía dos pasiones decididas, los toros y los sermones, las cuales procuraba ocultar porque entendía que la primera era una flaqueza, y dejar ver la segunda acusaba vanidad o jactancia.

En fin, que si no arreglaba el conflicto la nevada, había para volverme tarumba y tener por cuerda y resignada a la mujer gris en sus recientes apuros. Por lo pronto, y esto me calmaba algo las inquietudes, había muchas horas por delante; se vería qué rumbos iba tomando y cómo se portaba el temporal insinuado, y qué marcha seguía durante la mañana la agravación de mi tío.

Ella, arrepentida de su acto, se había echado atrás, retrocediendo unos cuantos pasos. Estaba en el hueco de la puerta, dispuesta á continuar su huída. Se arreglaba maquinalmente los cabellos y secaba sus lágrimas, mientras el rubor se extendía por su rostro. ¡Qué loca soy! murmuró . Perdóname. ¡Es tanta mi gratitud al saber que quieres ayudarme!... Señaló al mismo tiempo el balcón.

Levantaba cautelosamente la cortina para echar los gemelos a la generala, que estaba en un palco platea, más hermosa que nunca, relampagueando como escaparate de joyería: tornaba al foyer; daba tres o cuatro paseítos, se tiraba por el bigote hasta arancárselo; volvía a la puerta de la sala, se arreglaba el cuello de la camisa, echaba una mirada a la solapa del frac, donde artísticamente estaba colocada la camelia, y otra a la mano de la generala donde brillaban una blanca y otra encarnada; pero no acababa de decidirse.

Nada, nada, la dinamita o la horca; aquí en la plaza, una buena horca, sólida, y a colgar a todo bicho que sea perjudicial o lleve las uñas largas. ¡Si me dieran a el poder por una hora, nada más que por una hora, lo arreglaba todo muy lindamente, y entregaba el país más limpio de pícaros y más sano de crisis!

Palabra del Dia

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