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Actualizado: 14 de junio de 2025


En 1708, con motivo de la nueva obra que se hizo en la Iglesia de San Pedro, fueron trasladados al claustro inmediato que tiene la parroquia y que servía de cementerio, y allí se colocaron los dos juntos, puestos en pie, en un armario metido en la pared, donde recibían las visitas de casi todos los forasteros estrangeros o nacionales, que aun cuando solo se detengan pocas horas en Teruel, rara vez dejan de acudir a satisfacer su curiosidad.

Ricardo hizo un signo de asentimiento, y mientras la niña estuvo ausente, subió uno de los transparentes de los balcones y se puso a tocar el tambor con los dedos sobre los cristales, posando una mirada vaga y perdida en las casas de la vecindad. No tardó en presentarse otra vez Marta. Anda, vente conmigo; voy a meter ropa en el armario.

María de la Luz, para animarle, sacaba del fondo de un armario alguna botella de las que se dejaban los señoritos cuando iban a la viña, y el capataz miraba con ojos llorosos el líquido dorado de la copa. Pero al llenar ésta por tercera o cuarta vez, su tristeza tomaba un acento de dulce resignación: ¡Lo que somos! Hoy ... mañana yo.

Y mientras los criados, llamados por él, se arrodillaban y rezaban por el muerto, curiosos y distraidos mirando hácia la cama y repitiendo requiems y más requiems, el P. Florentino sacó de un armario la célebre maleta de acero que contenía la fabulosa fortuna de Simoun.

Como tropezase con un paquete de cuadernos de sus discípulos, lo rechazó indignado. Sentado en el suelo, buscaba nerviosamente en el cajón inferior del armario, lanzando suspiros de desesperación. ¡Por fin! ¡Allí estaba su diario! Un cuaderno azul, de escritura vacilante, ingenua... Algunas flores secas dentro, un ligero perfume... ¡Dios mío, qué joven era entonces!

Nada había en la tienda que demostrase riqueza. Las paredes blancas estaban desprovistas de muebles, y sólo se veía á un lado un fuerte armario de hierro. ¿Qué se les ofrece á vuesas mercedes? dijo el platero mirando con recelo á don Juan y á su guía, porque sus trajes no le inspiraban la mayor confianza. Se trata de que taséis esta alhaja dijo don Juan dándole el estuche.

La dama paseó una mirada intensa y ansiosa por la habitación. Aquí dijo corriendo a un armario embutido en la pared y abriendo el compartimento inferior. Miguel se metió allá de cabeza. Lucía dio la vuelta a la llave. En aquel momento entraba la doncella. ¿Qué hay, Carmen? preguntó con gran calma, dirigiéndose al espejo para arreglar el pelo.

Por las tardes, la respetable asamblea discutía sus aficiones: caballos, mujeres y perros de caza. La conversación no tenía otros temas. Escasos periódicos en las mesas, y en lo más oscuro de la secretaría un armario con libros de lomos dorados y chillones cuyas vidrieras no se abrían nunca. Salvatierra llamaba a esta sociedad de ricos el «Ateneo Marroquí».

Ahora a ello y sin temor: no hago caso de la vieja; al fin y al cabo, no me es nada ¡Ea, pues! Y se retiró hacia el umbral de un reducido cuarto, apenas mayor que un armario, separado del cuarto principal por un tabique y que tenía una pequeña cama en su pequeño y oscuro recinto.

Valentina se puso encarnada hasta las orejas, y dijo balbuceando: Mamá quiere los patrones... los del otro día... Deben de estar sobre el armario. No están sobre el armario, sino dentro respondió Venturita, sin inmutarse poco ni mucho. Y dirigiéndose a él, y abriendo un tirador, sacó un lío de papeles y se lo entregó. Aguarda un poco, Valentina dijo antes que saliese.

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