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Aquella seriedad, y más que nada la indiferencia de la mirada y el saludo, le molestaron fuertemente. Desvanecióse su buen propósito de reconciliación. Sacó del armario los libros de comercio, encendió la lámpara, porque ya estaba oscuro, se sentó delante de la mesa y se puso á arreglar cuentas atrasadas. Poco tardó en advertir que no tenía la cabeza para cuentas.

Se miró al espejo. «Aquello ya era un hombre». La Regenta nunca le había visto así. «En el armario había un cuchillo de montaña». Lo buscó, lo encontró y lo colgó del cinto de cuero negro. La hoja relucía, el filo señalado por rayos luminosos, parecía tener una expresión de armonía con la pasión del clérigo. El Magistral le encontraba una música al filo insinuante.

También crecían en el jardín varias plantas de reseda y heliotropo, y una muchedumbre de perlas de Oriente y rosales de malmaisson, que debían igualmente su existencia á sus desvelos. Otro tanto había sucedido con la lectura. Octavio había principiado por leer los tomos desvencijados y grasientos que su madre guardaba en el armario de la ropa blanca.

Las botas se hallaban también, y aún más que los pantalones, en estado de merecer, y Miguel acudió solícito con la esponja a limpiarlas; pero Enrique, no encontrando el medio bastante adecuado, entró en la alcoba de su hermana y se las limpió muy bien con la colcha de la cama. ¡Ea! ya están arreglados aquel par de pájaros; se miran en la luna del armario y dejan escapar un suspiro de satisfacción.

Esta mañana, después de una entrevista con el notario a quien he encargado que arregle todos estos asuntos, paseaba yo mis ocios por las calles próximas a la Catedral, cuando vi a Elena, a la que conocí fácilmente por su ridículo traje, compuesto de trapos viejos de su tía, exhumados de un armario, y que la muchacha lleva con estoica indiferencia.

Es un buen muchacho. Y así poco más o menos, imaginábame yo una charla completa, sólo con haber visto esas dos camitas de viejo, colocadas una junto a otra. Durante este tiempo al extremo opuesto de la habitación desarrollábase un drama terrible delante del armario.

Ya lo verás, mamá, ya lo verás. Por ahora sólo quiero que estén bien guardadas en mi armario, ¡muy bien guardadas! Se pasaron así los días que faltaban y llegó la noche del 4 de julio, las ansiadas vísperas. Lita contó las marcas que había señalado en la baranda de su cama. Eran treinta justas, y su cuenta coincidía con la de Ramón. Besó a su papá, a su mamá, a sus hermanitos y hasta a miss Mary.

Si esto pensaba cuando la doncella y peinadora la estaban vistiendo, luego que se vio totalmente ataviada y pudo contemplarse entera en el gran espejo del armario de luna, quedó prendada de misma, se miró absorta y se embebeció mirándose, ¡tan atrozmente guapa estaba!

Estaba la parte superior del armario forrada de terciopelo rojo, bastante bien conservado, y sobre almohadillas del mismo terciopelo hallábanse varios relicarios de plata, guardando huesos de santos; en un rincón, de pie contra la pared, había un objeto de más de una tercia de largo, envuelto en una funda de oscuro tafilete, roída toda de ratones, y esto fue lo que cogió Currita, sosteniéndolo por su mucho peso con ambas manos, y saliendo al punto de la capilla muy de prisa, azorada, como si hubiese cometido un robo en lugar sagrado.

Quiero cumplir su voluntad con el mismo afán que si fuese la de Dios... , , huyamos... Ella lo manda... Se alzó de la silla vivamente, y dió algunos paseos rápidos por la sala. Después arrastró desde su cuarto un baúl-maleta, y se puso á introducir en él ropa que sacaba con precipitación del armario.