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Actualizado: 4 de junio de 2025
Los dos cojeaban; pero el uno francamente, apoyado en su garrote, con un pie enorme cubierto de envoltorios y metido en un zapato de fieltro; mientras su compañero, que tenía una pierna rígida, usaba calzado ajustado y brillante, afirmándose con coquetería en un junco fino, que prestaba verdaderamente servicios de muleta.
Los únicos recuerdos que me quedaban de la existencia de mi padre eran éstos: en los escasos momentos en que le daba un poco de reposo la enfermedad que le consumía, salía, ganaba a pie el muro exterior del parque y se paseaba horas y horas tomando el sol, marchando penosamente apoyado en un grueso bastón, dándome la impresión de la ancianidad decrépita.
Parecía ella nacida para andar, con su pasito sosegado y firme, por aquellos vastos salones, para jugar apaciblemente detrás del recio balconaje apoyado en el escudo y para abismarse en el jardín penumbroso, entre arbustos centenarios y divinas flores pálidas de sombra.
Jacobo, solo en la popa bajo la vela hinchada por el viento, apoyado en la borda y aniquilado de cansancio por los esfuerzos impuestos á su cuerpo debilitado, dejó su débil cabeza balancearse á merced del vaivén del barco, y en la dulce y tibia noche experimentó por primera vez después de mucho tiempo una sensación deliciosa de paz y de tranquilidad.
Sin habernos encontrado todavía, somos antiguos amigos, capitán dijo la baronesa sentándose donde él le indicaba; mi marido me ha hablado con frecuencia de usted como de uno de sus mejores amigos, y miss Darling ha apoyado aún sus elogios. Naturalmente, no puedo hablar mal de mi salvador. ¿No le ha contado a usted el caso, tía Liette? No valía la pena.
Una vaga idea de que esto era la felicidad de Arcadia, se infundió a todos. Esta especie de cosa decía el Chokney Simons, gravemente apoyado en su codo es celestial. Le recordaba a Greenwich. En los calurosos días de verano, generalmente llevaban a La Suerte al valle, donde Campo Rodrigo explotaba el metal precioso.
Veían al ministro, apoyado en el hombro de Ester y sostenido por el brazo con que ésta le rodeaba, acercarse al tablado y subir sus gradas, teniendo entre las manos las de aquella niñita nacida en el pecado.
En ciertos momentos dejaban éstos sobre sus rodillas para aplaudir y gritar: «¡Bravo!»; pero volvían á recobrarlos y los desplegaban, riendo de la dueña de la casa bajo el amparo de su tela. Robledo estaba detrás de ellas, apoyado en el quicio de una puerta y medio oculto por el cortinaje.
Lo demás del dormitorio estaba en sombra; en una media sombra fantástica. Sentada en un sillón, junto a la mesa; apoyado en ella un precioso brazo, que dejaban descubierto hasta el codo los encajes de la ancha manga de su traje; apoyado el rostro en su mano, sola, inmóvil, profundamente pensativa estaba Amparo. Tenía ceñida aún la corona de rosas blancas.
Por un lado, un mocetón con patillas negras, quien sonaba como una panoplia vieja cuando se movía, con su cuchillo de monte y su cartuchera y el cuerno de municiones, sin mencionar que sus polainas hebilladas hasta las rodillas le hacían parecer aún más alto; en el otro extremo, un viejecito, apoyado muy tranquilamente en un árbol, fumaba en su pipa, guiñando los ojos como si tuviera sueño.
Palabra del Dia
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