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Actualizado: 4 de junio de 2025
Buscó el rostro de Emma, que tenía apoyado en su pecho, y encontró una expresión como la de Melpómene en las portadas de la Galería dramática.
Juzgué que debía tener alrededor de veintiocho años, y me pareció un hombre vulgar, mal educado, de nariz chata y ancha y cabellos amarillos, cuya figura pesada, apoyado como estaba contra el bajo parapeto, era indudablemente la de un agricultor.
Yo no te había dicho que la conversación del otro día había versado sobre los casamientos desgraciados, a propósito de ese loco de Subligny que ha terminado su carrera novelesca casándose con una bailarina. Yo me he apoyado en este ejemplo con un calor y una abundancia de ideas, que debía, más que a la riqueza del asunto, a ciertas circunstancias de mi situación particular.
Al ver esa lámpara, á la luz de ese fuego sombrío, parece que vemos á Napoleon, sentado en la arena de su destierro, con el codo apoyado sobre una roca, con la frente puesta sobre una mano, contemplando la inmensidad del mar, que lo separaba de aquel mundo que él habia concebido, de la otra inmensidad que él habia soñado.
Se puso entonces a mirar el cielo, y después de una meditación extática dijo, más con el corazón que con los labios: ¡Y el cielo también es triste!... Ya de noche, Salvador, que era el pasajero de las contemplaciones doloridas, apoyado en la borda, escuchaba absorto la respiración sollozante del mar.
La guardia se formó en dos filas ante la puerta, presentando sus armas, mientras el divino soberano salía lentamente, apoyado en un brazo de Miguel. Eva le cerró el camino. Majestad: un instante. Y corrió al establo, abriendo la puerta.
Habíalos estado escuchando muy atentamente, apoyado en su ballesta, un robusto flamenco de penetrante mirada y atezado rostro, cuyo traje y porte revelaban á un oficial subalterno de las tropas del Brabante.
Conozco bien mis autores. Mas eran veinte millones de pesetas, ofrecidos a la luz de una vela de esperma, en la travesía de la Concepción, por un sujeto de sombrero de copa, apoyado en un paraguas. Entonces no dudé. Y con mano firme repiqué la campanilla.
Había apoyado la frente en los vidrios, deshecho, sintiendo que después de lo que había dicho, mi amor, mi alma, mi vida, se derrumbaban para siempre jamás. Pero era menester concluir y me volví: ella estaba a mi lado, y en sus ojos como en un relámpago, de felicidad esta vez vi en sus ojos resplandecer, marearse, sollozar, la luz de húmeda dicha que creía muerta ya.
Las miradas de algunos pasajeros tendidos en sus sillones le seguían con cierta admiración. Parecía haber crecido en una noche. Era otro, con la mirada grave, la frente pesada, los brazos cruzados sobre el pecho y un índice apoyado en la boca, lo mismo que si adoptase un gesto de pensador viéndose rodeado de máquinas fotográficas. Tengo que hablarle.
Palabra del Dia
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