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Actualizado: 4 de junio de 2025


Preocupados del engaño y del dictámen de Ingaricona, apoyado por el de un cacique de la provincia de Carabaya, que se les habia incorporado en el acto de la disputa, resolvieron atacar contando con la victoria, y apoderarse de las armas y municiones para remitirlas á Tupac-Amaru.

Pesaban tanto en su espíritu estas consideraciones, que, notando que su afición oculta iba creciendo, procuraba, o más bien se proponía huir de la vista de Juanita, no pasar por su calle para no verla en el portal o asomada a la ventana; y no ir a la tertulia de los poyetes, bajo los álamos, para no tener que admirarla cuando charlaba con las demás zagalones o con los mozos en la fuente del ejido, o cuando subía o bajaba gallardamente, con el cántaro apoyado en la cadera, por la cuestecilla que se extiende desde la fuente hasta el lugar.

Creyente sincero y de entendimiento poderoso, fue estudiando, fijándose en todo, y apoyado como en fuerte palanca en su ideal, comparó y juzgó las cosas de la vida. Traía en su alma esa profunda fe que, a semejanza de ciertas piedras preciosas, va siendo más rara cada día.

Mientras duraron aquellos preliminares permaneció el incógnito campeón inmóvil como una estatua de acero, erguido en la silla de su caballo de batalla y apoyado en la robusta lanza. El ojo experto de nobles y soldados adivinaba un adversario temible en aquel hombre de atléticas formas é imponente aspecto.

Mientras te vuelves a casa, yo los seguiré. No le dije. Caminaré un poco contigo. Estoy interesado en este juego, y levantándome también, introduje mi brazo en el suyo y emprendí la marcha apoyado en mi bastón. Caminaban muy juntos, embargados en una animada conversación.

Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos. Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo.

Visita fue para él entonces su providencia como él lo había sido antes para ella. No sólo le ayudaba en los menesteres de la vida, sino que apoyado en su brazo podía ir a todas partes. Siguió desempeñando a conciencia sus tareas habituales sin que desapareciera tampoco toda su dicha, como se ha visto. Don Germán reía también hasta sofocarse.

Tragomer, porque tenía esperanza de rehabilitarse ante la señorita de Freneuse. Sorege estaba en el círculo cuando Tragomer, á eso de las siete, entró en el salón. El conde, apoyado en la chimenea, hablaba con un grupo de socios y mostraba en la conversación aquella fisonomía firme y fría que ocultaba tan bien sus impresiones.

Le bastó a Fermín anunciarse, para que le hiciesen pasar al despacho del señor. Un criado descorrió las cortinas de las ventanas para que entrase toda la luz de la tarde. Don Pablo, apoyado en la pared, inclinábase ante la bocina de un aparato telefónico, manteniendo el receptor en el oído.

En aquel momento abriose la puerta, y se presentó el general, apoyado en el brazo de su ayudante de campo. Enrique, al ver al médico, corrió hacia él y tendiéndole la mano, dijo: Doctor, ¿usted por aquí?... En seguida, agregó, presentándonosle: Señoras y señores, es mi Esculapio... el que me ha curado la herida, el que me ha recetado las aguas de Barèges. ¿No es cierto?

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