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Quizás la magnitud del desastre apagó todos los resentimientos. ¿No es triste considerar que sólo la desgracia hace a los hombres hermanos? En Cádiz pude conocer en su conjunto la acción de guerra que yo, a pesar de haber asistido a ella, no conocía sino por casos particulares, pues lo largo de la línea, lo complicado de los movimientos y la diversa suerte de los navíos, no permitían otra cosa.

De pronto se le apagó al soñador su visión misteriosa encendida en el muro blanco del salón, sobre la cabeza rizosa de la niña. Exhaló un suspiro amargo, y bajó los ojos para mirar sus manos exangües, extendidas sobre las rodillas. Era cierto que estaba muy enfermo; ¿iría a morirse ya?...

Sólo deseaba una cosa: dormir. «Como he respirado demasiado tiempo el aire frío...», se dijo, bostezando. El otro, en el espejo, también bostezó. Guardó la navaja, apagó la lámpara y las velas y se dirigió a la alcoba. No tardó en dormirse, hundida en la almohada la faz, aquella pobre faz, que al día siguiente haría reír a todos: a sus colegas, a sus discípulos, a su mujer y a él mismo.

Ya lo veo... repuso lord Gray, rematando una botella. El mundo se me cayó encima. Se apagó el sol... ¿No lo ve usted, hombre; no advierte las horribles tinieblas que nos rodean?

La condesa se destrenzó los cabellos, se abrió el justillo, llegó á la luz, la apagó, y luego oyó Quevedo como el crujir de un sillón al sentarse una persona. Quevedo cerró su linterna y dijo al bufón: Abrid y hasta otro día. Pero, hermano don Francisco, ¿os vais á encerrar sin escape en la cueva del león? La condesa de Lemos cuidará de darme salida. Dios quede con vos, hermano.

Sus labios se separaron, lanzando una leve exclamación de sorpresa. ¡Ah!... Se apagó la luz arrogante de sus pupilas. Luego bajó los ojos, y poco después la cabeza. La muchedumbre vociferante lo fué empujando y se lo llevó, sin que nadie se acordase del hombre que había dado la alarma é iniciado la persecución. Aquella misma tarde el Mare nostrum salió de Marsella.

El incendio de la quinta del conde de Lemos se apagó, pero no se apagó del mismo modo el incendio del corazón de la condesa. En la primavera siguiente, la condesa de Lemos fué á visitar sus posesiones de Nápoles. En resumen, ¿cuál de nuestros personajes era la víctima de los sucesos que acabamos de relatar?

Bien pronto, no se oyó sino el concierto colosal de quejas, que la mala suerte arrancaba a los perdidosos; los dados quedaron quietos y la voz siniestra se apagó. Tímidamente, acercóse una sombra y echó sobre la mesa algo que brillaba como diamantes. Aquí traigo las lágrimas de mi esposa dijo, tómelas usted el peso y aprecie bien los quilates.

Habia sobre una mesa dos velas encendidas, porque ya iba cerrando la noche: tendió el brazo el huésped y las apagó, y bastaron su rostro de ascua y sus ojos de azuladas llamas para dar luz al aposento.

Tambien pegaron fuego al pueblo, pero la gran lluvia que cayó esta noche apagó el incendio, quemándose toda la casa de los PP., mas no la iglesia, á la que perdonaron las llamas, dudándose si atajado por el Santo Patrono San Miguel, ó por sus altos paredones de piedra. Entretanto, los PP., con toda la gente del pueblo, pasaron la noche muy lluviosa en el campo, sin tiendas.