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Actualizado: 16 de junio de 2025
Y añadí en voz alta: Veamos, señores, cuáles son esas proposiciones. Un salvo-conducto hasta la frontera y doscientos cincuenta mil pesos. No, no murmuró Antonieta casi imperceptiblemente. Todo es una traición. Generosa oferta dije sin perderles de vista un momento. Los tres se hallaban juntos y pegados a la puerta. Conocía bien a aquellos bandidos y no necesitaba las advertencias de Antonieta.
Con la bella Antonieta no se ha de casar, por lo menos mientras no fracase otro plan. Sin embargo, quizás ella... Hizo una pausa y dijo, riéndose: No es fácil resistir las atenciones de un príncipe real, ¿no es así, Rodolfo? ¿Te callarás? le dije, y levantándome, dejé a Beltrán en las garras de Jorge y me fui al hotel.
También acompañó al cadalso a María Antonieta... ¡y qué buena era aquella señora! ¡Cuántas veces la vi marcando pañuelos en una ventana baja del pequeño Trianon! ¡Cómo me quería!... En fin, este joven me ha horripilado con la tal tonadilla... Señora Condesa, ¿está usted indispuesta? ¿Y tú, hermana? ¡El caso no es para menos!
La verdad es dije con mucho misterio, que las circunstancias obligan a veces a un hombre a modificar su aspecto todo lo posible y... Pero va creciendo que es un gusto. ¡Hola! exclamó Jorge. Luego no andaba yo tan descaminado, y si no ha sido la hermosa Antonieta, se tratará de otra sirena. Siempre hay por medio alguna sirena, Jorge dije sentenciosamente.
»Hasta siento a veces tentaciones de ir a hacerme matar en África, ante el temor de que me falte la fuerza de ánimo suficiente para darme la muerte por mí mismo. »No sé si tengo cabal el juicio. Perdone usted, Antonieta, estas incoherencias y con ellas mi silencio y el mal efecto que haya podido causarle. Tenga usted en cuenta mis sufrimientos. »¿Recuerda usted el consejo que da Hamlet a Ofelia?
Se oyó después el golpe dado contra la pared por una puerta abierta violentamente, y la voz de Miguel que gritaba: «¡Abre, Antonieta! En nombre del Cielo, ¿qué sucede?» La respuesta fue precisamente la que yo había escrito en mi carta: «¡Socorro, Miguel! ¡Es Henzar!» El Duque lanzó una blasfemia y golpeó violentamente la puerta.
Abandonando mi escala, pues era evidente que ya no la necesitaba, nade hacia el puente, escalé la mitad del muro y allí me detuve, espada en mano, escuchando atentamente. La ventana del Duque estaba cerrada, y la habitación, al parecer en profunda obscuridad. En la de Antonieta había luz. Nada interrumpió el silencio de la noche, hasta que dio la una y media en el gran reloj de la torre.
Indicándole que guardase silencio continué la lectura: «Pregúntele qué mujer está más dispuesta que ninguna otra a impedir el matrimonio del Duque con su prima y por consiguiente a impedir también que alcance la corona. Pregúntele si el nombre de esa mujer empieza con A.» Me puse en pie de un salto y el coronel colocó su pipa sobre la mesa. ¡Antonieta de Maubán como hay Dios! exclamé.
Pilar se embobaba especialmente con las copas de ágata que servían de joyeros, con las alhajas de distintas épocas, entre las cuales había desde el amuleto de la dama romana hasta el collar, de pedrería contrahecha y finos esmaltes, de la época de María Antonieta; pero Lucía se enamoró sobre todo de los objetos de iglesia, que despertaban el sentimiento religioso, tan hecho para conmover su alma sincera y vehemente.
Sola Antonieta con el herido, procuró restañar la sangre, pero inútilmente; y habiendo expirado el Duque poco después, oyó ella las voces de reto de Ruperto y acudió a castigarlo y vengarse. A mí no me vio hasta que me lancé al foso, en persecución de nuestro común enemigo. En aquel instante entraron mis amigos en escena.
Palabra del Dia
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