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Actualizado: 16 de junio de 2025
Era la misma letra de la esquela que me había dado cita en el cenador de Antonieta de Maubán, y decía: «No tengo motivos para querer a Vuestra Alteza, pero Dios la libre de caer en poder del Duque. No acepte Vuestra Alteza invitación alguna suya. No vaya sola a ninguna parte; una fuerte guardia armada bastará apenas para protegerla. Enseñe esta carta al que reina hoy en Estrelsau.»
La palabra Revolución no evocaba a sus ojos más figura que la de María Antonieta prisionera en la Conserjería, y en la más sencilla agitación política veía carreras, tiros, desaguisados y atropellos. Para ella, ser de origen humilde no era una falta, pero sí una mancha, y trabajar le parecía muy honrado, pero loca la pretensión de querer elevarse encalleciéndose las manos.
En su casa, á solas con Antonieta, presentía la existencia de invisibles fantasmas que le espiaban, que tomaban nota de sus acciones, que á cada arranque de pasión parecían interponerse entre su mujer y él. ¿Por qué estás siempre leyendo? preguntaba á veces la joven. ¡Ay, esos libros! ¡Con qué gusto los quemaría!
La ventana correspondiente al otro lado, era sin duda la de Antonieta. Temía vivamente que ésta olvidase mis instrucciones y el ataque nocturno de que debía de fingirse víctima a las dos en punto.
Discutieron algunos minutos, cedió Sarto, envió un destacamento mandado por Berstein al palacio de Tarlein en busca del general Estrakenz, y el resto de la fuerza atacó furiosamente la gran puerta del castillo. Resistióles ésta unos quince minutos y cayó por fin, en el momento mismo en que Antonieta disparaba su revólver contra Ruperto.
Pero no me gusta esperar dijo Ruperto; y comprendí que iba a poner de nuevo sus manos sobre Antonieta, cuando oí el ruido que hacía una puerta al abrirse dentro de la habitación, y una voz que decía ásperamente: ¿Qué hace usted aquí, señor mío?
Antonieta se arrojó sollozando a los pies de Sarto, a quien sólo pudo decir que me había visto lanzarme al agua desde el otro extremo del puente. ¿Y el prisionero? le preguntó el coronel. Pero ella se limitó a mover negativamente la cabeza, y Sarto, Federico y sus acompañantes cruzaron en silencio el puente, hasta tropezar con el cadáver de De Gautet.
El olor de la frugal comida impresionó á la reina María Antonieta, quien de incógnito y acompañada de la princesa de Lamballe, presenciaba la función desde un palco proscenio. María Antonieta quiso probar la sopa, y de este modo, ella y la Montansier se conocieron y fueron amigas.
Antonieta extendió la mano hacia el foso y dijo, con voz resuelta: ¡Antes me arrojaría por esta ventana! Ruperto se asomó y volviéndose después hacia ella, dijo: ¡Vamos, Antonieta, usted se chancea! ¿Es posible? ¡Por Dios, qué dice usted!
Y pensando en lo que a mí mismo me sucedía, me encogí de hombros y me eché a reír. También recordé entonces a Antonieta de Maubán y su viaje a Estrelsau.
Palabra del Dia
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