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Actualizado: 21 de junio de 2025
Ya iba a decir algo, cuando se volvió a oír en el fondo de la sala a los agentes de policía que impedían la entrada a alguien. Pero esa vez la inesperada persona no se lamentaba, no lloraba; con voz vibrante, irritada y casi imperiosa, decía: ¡Déjenme pasar!... ¡necesito entrar, les digo!...
Si alguien la hablaba del aviador prisionero, tendría que hacer un esfuerzo para recordar que existía, ¡y horas antes lloraba sinceramente pensando en su cautiverio!... Era demasiado para el príncipe. Su severidad no podía aceptar esta indiferencia.
A veces se interrogaban en balde las gentes unas a otras a ver si alguien le había visto estrenar una prenda.
Cerraron bien la puerta, para que nadie pudiera fisgonear desde el pasillo. Si alguien lo hiciera, no habría oído más que un abrir y cerrar de los cajones de la cómoda, un cuchicheo de Benina, y roncas gárgaras de la otra.
Las diez o doce personas reunidas aquella tarde en el lujoso saloncito de la Marquesa, amigos íntimos y parientes que iban a felicitarla por ser su santo, habían permanecido largo rato formando grupitos separados hasta que alguien dijo en voz alta: Lo que usted oye; se han separado, él se queda en el cuarto donde hasta ahora han vivido juntos, y ella se está poniendo casa y se lleva al niño.
El había dado orden en sus cortijos y en todas las chozas de pastores de sus vastos territorios para que entregasen al Plumitas lo que pidiese; y según contaban mayorales y vaqueros, el bandido, con su antiguo respeto de hombre del campo por los amos buenos y generosos, hablaba los mayores elogios de él, ofreciéndose a matar si alguien ofendía al «zeñó marqué» en lo más mínimo. ¡Pobre mozo!
Luego miró á su amigo con una extrañeza dolorosa. ¿Solo?... ¿Cómo se atrevía á proponerle que abandonase á Elena?... Prefería morir, pues de este modo se libraba del sufrimiento de pensar á todas horas en la suerte de ella. Como Robledo estaba irritado, y en tal caso, siempre que alguien se oponía á sus deseos, era de un carácter impetuoso, exclamó irónicamente: ¡Tu Elena!... Tu Elena es...
Sin embargo, por honradez profesional, le avisó que la signora rubia, la más joven y simpática, había pensado en él al irse, dejando su equipaje en la portería. Se apresuró Ulises á desaparecer. Ya enviaría alguien que recogiese sus maletas. Y tomando otro carruaje, se dirigió al albergo de Santa Lucía... ¡Qué golpe inesperado! Al verle entrar, el portero hizo un gesto de sorpresa y de asombro.
¿Qué le importa a usted eso, Lucía? exclamó él, llamándola segunda vez por su nombre . ¿Es usted acaso el Padre Urtazu? ¿Soy yo alguien que a usted le interese o le importe? ¿Le han de pedir a usted cuenta de mi alma en algún tribunal? ¡Niña!, eso a usted no le va ni le viene.
Si a alguien corresponde intervenir en vuestras cosas no es a mí, sino a mamá... Pero siempre he oído decir que en todos los matrimonios hay riñas y disgustillos, sobre todo al principio, mientras los caracteres no se amolden... Todo eso pasa. Son nubes de verano.
Palabra del Dia
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