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Actualizado: 15 de mayo de 2025
Entraron en palacio, y al verse el corchete en un lugar donde no podía ser visto por los otros ministros del Santo Oficio, dijo al cocinero: De aquí no pasáis si no me dais lo que me habéis de dar. ¡Asesino! murmuró Montiño, y sacando cuatro doblones de oro los dió al corchete con el mismo dolor que si le hubiera dado un ala de su corazón. Esto es poco dijo el tremendo alguacil. No tengo más.
El maestro, que lucía su casaquilla verdosa de los días de gran ceremonia y su corbata de mayor tamaño, tomó asiento fuera, al lado del padre. Sus manazas de cultivador las llevaba enfundadas en unos guantes negros que habían encanecido con los años, quedando de color de ala de mosca, y las movía continuamente, deseoso de atraer la atención sobre sus prendas de las grandes solemnidades.
Vi de improviso y en un solo instante todo mi pasado: los sitios donde corrieron las dulces horas de mi infancia, el pequeño lecho donde me dormía oyendo los cuentos de la criada; sentí sobre la frente los tiernos besos de mi madre y en las mejillas la áspera caricia de la mano de mi padre, más suave para mí que el ala de un ángel... ¡El lago estaba tan negro!... ¡Qué rumor lúgubre levantaría mi cuerpo ensangrentado al penetrar en él!... ¡Ay!
Los pétalos delicados lo acarician y besan sus párpados y sus labios. De pronto presta oído. Del suelo sube el rumor de una risa apenas perceptible, como si llegase del centro de la tierra; una risa leve como el ala del viento rozando la hierba... ¡pero tan alegre, de tan loca alegría!... Escucha un instante y espera oírla por segunda vez; pero todo queda en silencio.
Todos vestían casaca, pantalon, corbata y chaleco negros, como si vinieran de un entierro, y soportaban los picantes rayos del sol con singular filosofía, cubiertos con sus sombreros negros de ala plana y copa encumbrada, enteramente como si anduvieran de paseo por Regent Street ó Hyde Park.
La simulación del oro y las piedras preciosas era el motivo ornamental más saliente de esta casa, famosa en el mundo entero. La prosperidad del establecimiento había añadido al cuerpo principal, flanqueado de cuatro torres, una ala extensa, en la que estaban los mejores salones.
Mandábanos el Brigadier D. Pedro Grimarest. Los franceses ocupaban la carretera por la dirección de Andújar y tenían su principal punto de apoyo en un espeso olivar situado frente a nuestra derecha; por consiguiente, servía de resguardo a su ala izquierda.
¡Mezquita para siempre célebre! ¡mezquita levantada y frecuentada por emires y califas! ¡mezquita por cuya pérdida lloran aun bajo su cielo oriental los que creen en Alá y en su Profeta! ¡mezquita á que han venido á inspirarse ya tantos poetas y á estudiar tantos artistas! ¡Salud!
Además, el ala del sombrero se clavó en su frente, el velo arremolinado le raspó una mejilla, la punta de un alfiler largo, que parecía animado de vida maligna, buscó traidoramente uno de sus ojos. Ella se separó con rudo tirón. ¡Adiós! ¡adiós! Y al estar junto a la escalerilla, volvió aún la cara hacia Ojeda para despedirse con voz trémula: ¡Novio mío!... ¡mi poeta! Acuérdate alguna vez.
Damas de idéntico color ostentaban las últimas modas de París, balanceando con orgullo las caderas y sus enormes vecindades, avanzando el belfo desdeñoso bajo el ala de un sombrero floreado.
Palabra del Dia
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