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Actualizado: 16 de mayo de 2025


Aquella mujer, falta de ternura, que jamás había experimentado la menor emoción en su roce conyugal y se prestaba al amor con la pasividad de una fiera amansada y fría, enrojecía de emoción cada vez que el jefe admitía como buenas sus ideas. ¡Si ella dirigiera el partido!... Ya se lo decía muchas veces don Andrés, el amigo íntimo de su esposo, uno de esos hombres que nacen para ser segundos en todas partes, y fiel a la familia hasta el sacrificio, formaba con los dos esposos la santa trinidad de la religión de los Brull esparcida por todo el distrito.

Vanidad pudo ser de los Romanos, no querer condecorar con su nombre a los vencidos hebreos, mas la piedad de la Nobleza Mallorquina no hizo punto de estas ceremonias altivas, antes apreció más lo piadoso que la vanidad de esta gloria. Y a la verdad, a quien veían que admitía por hijos suyos el mismo Dios en el bautismo, cómo podían desdeñarse de participar su apellido?

Más de un alcalde justificó esta despoblación con supuestas invasiones piráticas, pero lo que no admitía duda, es que crecido número de cautivos, después de rescatados, volvían de nuevo al lugar de su cautiverio.

Entraba con él en los cafés y hasta le llevaba a los bailes. Manín llegó a ser en poco tiempo una institución. D. Pedro, que apenas se dignaba hablar con las personas más acaudaladas de Lancia, sostenía plática tirada con él y admitía que le contradijese en la forma ruda y grosera de que era capaz únicamente.

Que te espere allá en tu tierra... puedes hacernos aquí un gran favor... Ya lo sabes: te quedas... ¡Qué felicidad! El destino de Ferragut era obedecer á esta voz amorosa y dominadora... Y en la mañana siguiente, Tòni le vió llegar al vapor con un aire de mando que no admitía réplica. Mare nostrum debía partir cuanto antes con rumbo á Barcelona. Confiaba el mando á su segundo.

Ferpierre admitía, pues, que la joven fuera partidaria del amor libre, pero, sin embargo, este amor debía ser correspondido, debía fundarse sobre una sinceridad, sobre una fidelidad, siquiera temporal, de que Zakunine era incapaz, como lo demostraba su pasado.

No admitiría nunca que un artista pudiese ser su igual; pero él, por benevolencia, protegía las artes cuando no le salía muy caro. Daba al trabajo mucha importancia, no hacía nunca nada, admitía las concesiones al talento, y se explicaba el otorgamiento de un título a quien supiera enriquecerse en la Bolsa o en los altos negocios del Estado.

Una de las veces, al tiempo que lo hacían, se aproximó a la dama Pepe Castro, disfrazado de caballero de la corte de Carlos I. ¿Qué es eso? le dijo al oído . ¿No te has cansado aún de tu bambino? Cuando se encontraban solos. Pepe se autorizaba el tutearla y Clementina lo admitía. Yo no me canso de lo bueno repuso ella sonriendo. Muchas gracias replicó él irónicamente.

El único que solía mostrar indicios de rebelión era el chiquitín. La Señana, en sus cortos alcances, no comprendía aquella aspiración diabólica a dejar de ser piedra. ¿Por ventura había existencia más feliz y ejemplar que la de los peñascos? No admitía, no, que fuera cambiada, ni aun por la de canto rodado. Y Señana amaba a sus hijos; ¡pero hay tantas maneras de amar!

Pero por más que el magistrado creyera que todo era posible en el mundo, no admitía que Zakunine fuera perverso hasta el punto de matar por robar. La suposición que se podía, que se debía hacer lógicamente era otra: Zakunine volvía al lado de la Condesa, no porque sintiese amor hacia ella, sino por la necesidad de la ayuda que pudiera darle espontáneamente.

Palabra del Dia

bagani

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