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, Torres le dijo pocos días antes que Refugio había cobrado en casa de Trujillo diez mil reales que su hermana le mandaba para poner el establecimiento. El tiempo ahogaba; la situación no admitía espera. Sin detenerse a meditar la conveniencia de aquel paso, se aventuró a darlo.

Eppie se dio cuenta de que su conducta era observada; sin embargo, el observador no era más que un benévolo burro que pacía con una traba atada a la pata, un asno apacible que no criticaba desdeñosamente las debilidades humanas, y que, por el contrario, se felicitaba cuando se lo admitía a compartirlas haciéndose rascar cuando podía.

Gurdilo estaba ya en el salón de sesiones, y no admitía visitas que le distrajesen cuando preparaba mentalmente sus terribles discursos. El catedrático subió á una de las tribunas destinadas al público, viendo abajo, entre las matronas que formaban el Senado, al temible Gurdilo, hacia el que convergían todas las miradas.

Tan funestos se han considerado siempre los tifones y tan frecuente su desarrollo en los mares de China y parte del Pacífico en los meses de Agosto, Setiembre y Octubre, que constituyen el trimestre del cambio de los equinoccios que antiguamente no se admitía por las casas aseguradoras ningún riesgo, marítimo en expediciones para dichos mares y en tales meses.

De pronto se alzó de la silla y dijo con tono resuelto que no admitía réplica: No me siento bien en este momento, señor cura. Otro día hablaremos del asunto que aquí me trajo. Hasta la vista. Y sin aguardar contestación salió como un huracán por la puerta, dejando altamente sorprendido al clérigo.

Pero algo había que hacer, si el otro no lo hacía espontáneamente; porque aquello no podía quedar así, en la situación de ánimo en que ella se encontraba. Antes lo necesitaba para satisfacción de su femenil curiosidad; entonces le era indispensable para curarse de aquella inquietud nerviosa que no admitía otra medicina y era un simple fenómeno de su ridícula enfermedad.

No; prefiero trabajar. Yo saldré adelante. Y vendiendo bienes para reunir fondos, Fernando se lanzó en los negocios con una ceguera que no admitía consejos.

Su rostro tenía una expresión de extrañeza, como si contemplase en pleno trastorno las leyes físicas más elementales. Le era imposible comprender en sus reflexivos silencios cómo los alemanes no habían conquistado aquel suelo que ella pisaba; y para explicarse este fracaso, admitía las más absurdas suposiciones. Una preocupación particular aumentaba su tristeza.

Irritada Isidora, manifestó que no admitía tales ideas, y ya se agriaba la cuestión, cuando abriose una puerta y apareció un señor obispo..., digo, era Riquín, el cual traía en la cabeza una gran mitra de papel, y echando la bendición graciosamente con su mano derecha, cantó en el latín más estropajoso que se ha oído jamás: Dominis vobiscum.

En la angustia de su fisonomía vió que el desastre era inminente. ¿También él creía que su víctima había podido escaparse, á pesar de las precauciones tomadas y de las infamias cometidas? ¿No admitía que el Herbert Carlton pudiese ser otro que Jacobo?