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Actualizado: 16 de mayo de 2025
Hablaba indignada de él á su marido. ¡Dejar así á la pobre Antonieta, que era un ángel, un modelo de virtud y devoción como todas las mujeres de la familia!... Fué preciso que Sánchez Morueta, con su grave autoridad que no admitía réplicas, manifestase su propósito de seguir recibiendo á Aresti en su casa, para que la esposa se contuviera ante el doctor.
El doctor Chevirev no admitía en su clínica locos furiosos; por eso reinaba en ella el silencio como en cualquier casa respetable, habitada por gentes bien educadas.
El argumento no admitía réplica, y, por otra parte, el palco estaba ya dado. Pero, ¿dónde colocar a mis lindas señoras, cuyo enojo era para mí, en otro orden, tan temible como el del periodista? Recordé entonces a mi desconocido, y me encaminé a su casa. Era ésta muy sencilla y modesta, sobre todo tratándose de un hombre que estaba abonado a un palco en la Opera durante todo el año.
Era un sugeto de excelente corazon, pero de endemoniada cabeza, infatuado con su noble estirpe, intolerante en todo, porque no admitia contradiccion, y energúmeno en su tenaz absolutismo y su odio á las ideas democráticas. El otro marques, mi compañero de viaje el noble demócrata era un tipo enteramente opuesto.
El cocinero no admitía críticas y protestas. Este milagro era innegable. El lo había visto con sus ojos cuando estaban buenos; lo había visto en un cuadro antiguo del monasterio del Puig, y todo aparecía en la tabla con el relieve de la verdad: la galera, el rey, el peixòt, y la Virgen en lo alto dándole la orden.
Su fiesta estaba muy concurrida: frailes, empleados, militares, comerciantes, todos sus parroquianos, socios ó padrinos, se encontraban allí; su tienda abastecía á los curas y conventos de todo lo necesario, admitía los vales de todos los empleados, tenía servidores fieles, complacientes y activos.
Sacó el fondo de su armario de ropa blanca, que era un tesoro, y sus amigas pudieron contemplar un mar de espuma, de nieve y crema, de hilo fino espiritualizado de encajes de los más delicados. En medio de aquella espuma aparecía, como un náufrago, el rostro demacrado, amarillento, de Emma, que definitivamente había vuelto a desmoronarse en ruina que no admitía ya restauraciones.
Cuando recuerdo ahora aquella época me pregunto si estuve loco. Sarto me ha dicho después que por entonces yo no admitía intervención alguna ni aceptaba consejos de nadie; que me conduje como Rey absoluto de Ruritania. Por ninguna parte veía solución que pudiera hacerme atractiva la vida, y por lo mismo la arriesgue de la manera más temeraria.
Hasta las palomas, hija mía, hasta las palomas cuando pasan de cierta edad, se hacen cariños así... de una manera sesuda». Jacinta se reía con esto; pero no admitía tales componendas.
Mauricio soltó su presa y dijo en un tono que no admitía réplica: Nos vamos mi mujer y yo. Usted va á conducirnos hasta el extremo del parque; allí quedará libre y no tendremos nada que temer de usted ni de los suyos. Vaya usted delante y al menor intento de despertar la alarma, no le dejo hueso sano.
Palabra del Dia
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