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Actualizado: 16 de mayo de 2025
Lo ocurrido á Von Kramer la había hecho recelosa y suspicaz, y cuando necesitaba auxiliares sólo admitía á sus compatriotas que vivían en Barcelona. Una banda feroz y decidida se había agrupado en torno de ella. Eran refugiados procedentes de las repúblicas de América del Sur, parásitos de las ciudades de la costa ó vagabundos de las selvas del interior.
En el colegio no admitía conversación sino con las hijas o por lo menos sobrinas de algún título del reino, y cuando los jóvenes comenzaron a seguirla, su primera mirada no era al bigote, sino a los gemelos de la camisa por ver si descubría grabada en ellos la corona de sus ensueños.
Francisco De Pas, un licenciado de artillería, que entraba mucho en casa del cura, de quien era algo pariente, la había requerido de amores y ella le había contestado a bofetadas el cura se puso colorado; se acordó de la patada que había recibido él pero el licenciado había sido terco, y había vuelto a requebrarla, y a prometerla casarse en cuanto sacaran el estanquillo que le tenían prometido los del Gobierno; ella se había tranquilizado y desde entonces admitía al habla aquel buque sospechoso.
De tiempo en tiempo la niña del barquillero lanzaba codiciosas ojeadas a la calle. ¡Cuándo sería Dios servido de disponer que ella abandonase la dura silla, y pudiese asomarse a la puerta, que no es mucho pedir! Pronto darían las nueve, y de los seis mil barquillos que admitía la caja sólo estaban hechos cuatro mil y pico. Y la muchacha se desperezó maquinalmente.
Aquella noche, cosa rara, apenas salió el ayuda de cámara, Moreno se quedó profundamente dormido en el sofá, sin soñar nada; pero despertó a la media hora, no pudiendo apreciar el tiempo que su letargo durara. Al despertar huyó de tal modo el sueño de su cerebro y hallábase tan inquieto, que ni siquiera admitía como probable la idea de dormir.
Don Carlos era violento en el mandar y no admitía objeciones de las mujeres, sobre todo cuando ya habían pasado de cierta edad. El patrón aún está muy verde decía Sebastiana á sus amigas ; y como una ya va para vieja, resulta que otras más tiernas son las que reciben las sonrisas y las palabras lindas, y para mí sólo quedan los gritos y el amenazarme con el rebenque.
La sociedad meticulosa de la época prefería la desgracia de sus hijas en un claustro, a su dicha relativa en el mundo, en el que no se admitía el celibato. Las conveniencias lo mismo que el espíritu religioso de la época se oponían a este último partido.
Josefina, incapaz de querer a nadie interesadamente, no admitía la idea de ser ambicionada por su oro, y sobrado discreta para confundir pruebas de amor con requiebros de salón, desoyó igualmente a los que pretendían su mano por su dinero y a los deseosos de preferencias en que fundar vanidades.
A esto había contestado Serafina con extraña sonrisa: «Pero si tu mujer vive a lo gran señora, despreocupada, y sabe lo que es el mundo...». Esta idea de la tolerancia perversa de su mujer sublevaba los sentimientos morales de Bonis; no admitía la hipótesis. «No; su mujer no podía despreciarle ni despreciarse hasta ese punto». En fin, no transigió.
Tuvo este mucha inclinacion á la Geometría, embebecido de sus demostraciones: colocó la esencia de la materia en la extension; y siendo la quantidad el objeto de las Matemáticas, le fué facil trasladarlas á toda la Física, pues en toda la naturaleza no admitia mas que materia y afecciones mecánicas.
Palabra del Dia
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