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Veinte días hace que desembarcamos, y lo que es así pronto me vuelvo á mi Cádiz. Ya pareció aquello, dije para mis adentros, andalucita tenemos. Pues no crea V. que esto es tan malo la dije cuando V. se instale, y lleve algún tiempo de país, le parecerá muy bueno.

¡Ah! ¿No es superiora? respondí distraídamente, no dudando que en aquel cambio alguna parte había tenido el bailoteo de Marmolejo. No, señor; hoy es la última de las hermanas. Pase usted. ¡Arrea! dije para mis adentros, cruzando por delante y metiéndome por la primera puerta que hallé. Phs, phs... Por ahí no; por esta otra puerta.

Lucía en sus adentros compadecía a su amiga por estar tan ignorante de los inefables deleites de la poesía y del amor, y en este mutuo aprecio y desprecio vivían ambos genios acordados y tranquilos. Lucía notó en seguida la antipatía de su amiga por el hijastro, y trató de vencerla suavemente; pues no hallaba fundamento para ello.

En esto llegaron todos al sitio en que estábamos, y yo me alegré en mis adentros, no por otra cosa, sino por temor de no acertar a sostener la conversación, y de salir con doscientas mil simplicidades por mi poca o ninguna práctica de hablar con mujeres.

Se dejó caer en el rincón de un sofá y miró a la puerta, pues esperaba, en sus adentros, que Olga hubiera visto su coche a la entrada, y bajara para tenderle la mano. No tardó en impacientarse. ¿Y si Olga había ido a la granja? Pero no; ella sabía que él debía venir para hablar con sus padres. Por fin se decidió: «Voy a ir a llamar a su puerta,» y se levantó.

Por otra parte, Juana, como no ha nacido en este pueblo, no le tiene gran ley que digamos.... Además de que también yo tengo acá en mis adentros cierto escarabajeo que... en fin, señor cura, ya sabe usted que la paloma no vuela a su gusto en el palomar. No te hacía yo pájaro de tan alto vuelo, Simón dijo don Justo con sorna.

Allá en mis adentros, allá en lo más hondo y oculto de mi corazón, aún descubría yo rastros del verdadero amor que, por única vez en mi vida y evocado por Juan Maury, había pasado por mi alma, tocándola con sus alas e iluminándola toda. Juan Maury nunca lo supo, ni lo presumió siquiera. Durante el corto tiempo que me poseyó me tuvo por una mujer galante: muy agradable, muy divertida, y nada más.

En el instante en que salí al terrado, él bajaba del carruaje. «No es mucho mejor que papáfue mi primer pensamiento. Era alto, de estatura gigantesca, el pecho y las espaldas anchas, el rostro moreno, con dos ojillos azules, y encuadrado por una barba rubia, erizada, una de aquellas barbas que llevaban los antiguos lasquenetes. «No falta más que la yugularpensé para mis adentros.

Mi tío se ponía rojo de vergüenza ante estas contestaciones, y yo, que no podía darme cuenta de cómo mi tía, tan llena de orgullo y de pretensiones, había podido casarse con el hijo de un lomillero, decía para mis adentros que debían haberla casado por fuerza con mi tío Ramón, porque, de otro modo, no podría explicarse tanta desigualdad de condiciones.

A cada uno de estos fósforos contestaré yo con la misma señal desde el mirador de casa. Nos reuniremos junto a la tapia del jardín. Prudencia y discreción. No faltes. Tuyo hasta la muerte, Al leer la carta no pudo menos de sonreír, diciendo para sus adentros: ¡Cuándo se le concluirá a esta mujer la manía de las aventuras!