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Señor marqués..., ¿quiere que tomemos un poco el aire? Está la noche muy buena.... Nos pasearemos por el huerto.... Y para sus adentros pensaba: «En el huerto le digo que me voy también.... No se ha hecho para esta vida, ni esta casa». Salieron al huerto. Oíase el cuarrear de las ranas en el estanque, pero ni una hoja de los árboles se movía, tal estaba la noche de serena.

Y tras este pensamiento, el duque enamoró de tal modo á Esperanza, que ésta dijo al fin para sus adentros: Le parezco hermosa, y como estos señores son tan ricos y tan orgullosos, ha querido tenerme sin que nadie lo sepa... pero esto durará poco... y me dejará enamorada. ¡Dios mío! ¡y qué hermoso, y qué galán es! Y la muchacha suspiró. ¿Por qué suspiras? la dijo el duque.

¡Pues baje usted a Alsacia y ya verá! Aquella pobre gente se marchaba moviendo la cabeza con un aire de profunda indignación, y Materne se reía para sus adentros.

Si cantaba, con una voz que se esparcía por los adentros del alma, como la luz de la mañana por los campos verdes, dejaba en el espíritu una grata intranquilidad, como de quien ha entrevisto, puesto por un momento fuera del mundo, aquellas musicales claridades que solo en las horas de hacer bien, o de tratar a quien lo hace, distingue entre sus propias nieblas el alma.

«¿Qué era aquello, Señor, qué era aquello?». ¿Por qué en día semejante, cuando su espíritu acababa de entrar en vida nueva, vida de víctima, pero no de sacrificio estéril, sin testigos, si no acompañado por la voz animadora de un alma hermana; por qué en ocasión tan importuna se presentaba aquel afán de sus entrañas, que ella creía cosa de los nervios, a mortificarla, a gritar ¡guerra! dentro de la cabeza, y a volver lo de arriba abajo? ¿No había estado en la fuente de Mari Pepa entregada a la esperanza de la virtud? ¿No se abrían nuevos horizontes a su alma? ¿No iba a vivir para algo en adelante? ¡Oh! ¡quién le hubiera puesto al señor Magistral allí! Su mano tropezó con la de un hombre. Sintió un calor dulce y un contacto pegajoso. No era el Magistral. Era don Álvaro, que venía a su lado hablando de cualquier cosa. Ella apenas le oía, ni quería atribuir a su presencia aquel cambio de temperatura moral, que lamentaba para sus adentros, en tanto que veía a las jóvenes y a las jamonas vetustenses coquetear en la acera, y en las tiendas deslumbrantes de gas. Don Álvaro opinaba lo contrario, que bastaba su presencia y su contacto para adelantar los acontecimientos. Para tener idea de lo que Mesía pensaba del prestigio de su físico, hay que figurarse una máquina eléctrica con conciencia de que puede echar chispas.

Había en la naturaleza de Simón algo refractario a lo imposible. Para él, dentro de lo humano, todos los hombres eran capaces de todo; y si cuando le tocó la suerte de soldado alguien le hubiera dicho en broma «adiós, mi general», él, encogiéndose de hombros, de seguro habría contestado muy serio para sus adentros: «¿Quién sabe?...»

En la voz de la Regenta, en el desconcierto de sus palabras, notó que le había hecho efecto la sequedad de la vulgarísima galantería. «¿Esperaba ya una declaración? ¡Pero si mañana va a comulgar! ¿Qué mujer es esta? ¡Una hermosísima mujerañadió el materialista en sus adentros al mirarla a su lado con llamas en los ojos y carmín en las mejillas.

Parecía muy natural que la llamasen a ella Ofelia, María Stuard y Ángel de la guillotina; reíase allá en sus adentros de ver transformado a su marido en león enfermo y pundonoroso caballero, y dejábalo correr todo junto, porque sabía muy bien que nadie sube hoy al templo de la fama sin alas hechas de recortes de periódicos.

El poeta iba y venía de la casa mortuoria como él la llamaba ya para sus adentros, a la redacción, de la redacción a la casa mortuoria. ¿Cómo está? preguntaba en voz muy baja, desde el portal. La criada contestaba: Sigue lo mismo.

Aquí, se decía para sus adentros, cometí mi falta, y aquí debe efectuarse mi castigo terrenal; y quizás de este modo las torturas de su diaria ignominia purificarán al fin su alma, dotándola de una nueva pureza en cambio de la que había perdido, más sagrada puesto que sería el resultado del martirio. De consiguiente Ester no se movió de allí.