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Resucitaba en ella la antigua manía patronímica y gentilicia. ¡Tío, tío! ¡Sebastián, Sebastián! A ver: ¿a quién se parece Antonio? ¿Quién es Antonio? preguntó Marta. Pues, hija, el amo de la casa: mi hijo. Se llama Antonio, para mis adentros, desde el momento en que yo tuve cabeza para pensar en algo que no fuese el peligro y el dolor.

Con la ojeada investigadora y penetrante, con la comprensión viva y con el tino exacto de las españolas, diez minutos le bastaron para observar y juzgarlo todo. «Ya estoy decía en sus adentros y dándose cuenta de sus observaciones . La condesa es buena y desea que me luzca. Las jóvenes elegantes se burlan de y de mi compostura, que debe ser espantosa.

¡Cállese usted, hombre! exclamó la señora riendo. Á usted hay que meterlo en salmuera para que no se pierda. Está visto, D.ª Feliciana no puede enfadarse conmigo. Y así era la verdad. El espíritu de aquella señora guardaba en sus adentros notables afinidades con el del jugador. Ambos se comprendían admirablemente.

Eso mismo fue lo que hice yo aquella noche, así que hubo vencido la tentación; y, mientras me iba quedando dormido, pensaba para mis adentros: No, no; ninguna mujer te hará ser infiel a tu catre duro y estrecho de soltero... Aun cuando se llame Yolanda, y aun cuando sea de la sangre más noble y pura que haya puesto Dios sobre la tierra... ; esa menos que cualquier otra... Porque... ¡quién sabe!...»

Menos Josefina, que no podía explicarse todo el alcance de la conversación, todos tomaron parte en ella: mostrando su opinión unos acaloradamente, con tibieza otros, como quien ignora la de los dueños de la casa y no quiere desagradar; este hablando en nombre de la moral ultrajada, y aquél tratando de darse por ingenioso, mientras alguno comía en silencio, riéndose para sus adentros en general de la virtud, y en particular de los virtuosos.

Cuando me recobré del susto, lo primero que vi á mis pies fué una enorme muñeca fresca, sonrosada y en camisa. «Esta buena pieza es la que ha causado el destrozo», dije para mis adentros, lanzándole una mirada iracunda que la muñeca aparentó no comprender.

En cuanto al segundo préstamo, Bonifacio tuvo que confesarse a mismo que lo había tomado por un escopetazo, y que este era el apelativo que le había aplicado en sus adentros.

Naturalmente... seguro... esto es dijo el viejo frunciendo también el entrecejo. No hay nada de particular. Es mi casa; yo mismo he levantado todos sus maderos. No hay por qué temerla. Tal vez grite un poco, como hacen las mujeres, pero volverá a las buenas. El viejo fiaba, para sus adentros, en la exaltación del licor y en el poder de un valeroso ejemplo para sostenerse en semejante situación.

Don Víctor observó que la muchacha no había reparado el desorden de su traje, que no era traje, pues se componía de la camisa, un pañuelo de lana, corto, echado sobre los hombros y una falda que, mal atada al cuerpo, dejaba adivinar los encantos de la doncella, dado que fueran encantos, que don Víctor no entraba en tales averiguaciones, por más que sin querer aventuró, para sus adentros, la hipótesis de que las carnes debían de ser muy blancas, toda vez que la chica era rubia azafranada....

Yo me conformaría y me aquietaría con esto si todos los poetas que pronostican, que enseñan o que amonestan estuviesen de acuerdo; pero, como no lo están por desgracia, me hunden en un mar de confusiones. Así es que exclamo allá en mis adentros: quizás estén locos, verdaderamente locos, y sean con su locura perjudiciales a la república.