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Actualizado: 24 de junio de 2025
La vieja, después de un corto silencio, miró a Gabriel con indecisión. Qué, ¿nos lanzamos a la pelea? ¿Llamo a Esteban...? Sí, llámelo. Estará en la catedral. Y usted, ¿se atreve a presenciar la entrevista? No, hijo; allá vosotros. Ya conoces a Esteban y me conoces a mí. O tendría que echarme a llorar, o acabaría arañándolo por su testarudez. Tú solo te arreglarás mejor.
Al principio, mucho; después, ni una palabra. Vivían en Madrid los dos juntos, recatándose de la gente, en santa tranquilidad, como si fuesen marido y mujer. Esto duró algún tiempo, y yo misma, al saber tales cosas, dudaba de mi malicia, pensando si el muy condenado se habría vuelto buena persona y acabaría casándose con Sagrario. Pero al año se terminó todo.
Y en estas vertiginosas evoluciones, todo el Congreso durante muchos días; el Ministerio prolongando el debate cuanto le era dado para alejar la votación hasta tanto que pudiera ganarla, o convencerse de que la tenía perdida; la prensa desatada, y los centros administrativos cruzados de brazos, esperando la resolución de la inminente crisis que acabaría con un cambio completo del personal; en el cual caso, ¿para qué dar una plumada más?
Con esto le pareció al Emperador que acabaria á los Catalanes, si venir con ellos á las manos, que esto jamas quiso que se aventurase, porque tenia por imposible vencerlos con fuerza y violencia. Estuvo bien cerca de salirle bien estas trazas á Andronico si el valor de nuestra gente no las hiciera vanas, y sin provecho. Sale el exército de Casandria; y pasa á Thesalia.
Y después serían muy amigas, y a paseo irían juntas, y llegarían a burlarse juntas del ridículo señor de las patillas, su deudor y esposo respectivamente... y hasta llegaba a pensar en los cuernos que su señora tía acabaría por ponerle al infiel administrador, ¿con quién?, con el primo Sebastián, por ejemplo.... Y hasta enredaba la madeja en su fantasía de modo que resultaba que ella, Emma, tenía alguna culpa en la desgracia de su tío... y ¿qué?, mejor. ¿No la había él engañado a ella? ¿No la había robado?
Luego pensó que su enamorado capitán acabaría por volverle á la Galería de la Industria, apreciada ahora por él como un palacio maravilloso. Pasó la noche en un sueño profundo, á pesar de que llegaban hasta la playa los rumores de la ciudad en continuo movimiento. Mañana pensó á primera hora, cuando me traigan el almuerzo, se presentará Flimnap con nuevas noticias.
Aún le faltaba ver mucho, pero acabaría por enterarse de todo: luengos días de navegación quedaban por delante. En cuanto a los pasajeros, pocos había que él no conociese. Luchaba en algunos con la falta de medios de expresión; ciertas mujeres sólo hablaban alemán, pero en fuerza de sonrisas y manoteos, él acabaría por hacerse comprender.
Estaba muy enferma; una dolencia de la matriz que acababa con ella rápidamente. No creía en los médicos que, según ella, «la engañaban con palabras»; además repugnaba a su pudor de buena mujer, cristianamente educada, prestarse a vergonzosas exhibiciones de los órganos enfermos. Conocía el único remedio: la Virgen del Lluch acabaría por curarla.
Algunos eran muchachos honrados que pretendían abrirse paso en la tauromaquia para sostener a sus familias con algo más que el jornal de un obrero. Otros, menos escrupulosos, tenían fieles amigas que trabajaban en ocupaciones indeclarables, satisfechas de sacrificar el cuerpo para la manutención y adecentamiento de un buen mozo que, a creer en sus palabras, acabaría por ser una celebridad.
Recapacitando y atando cabos, Bonis llegó a recordar que Serafina misma le había querido dar a entender, de tiempo atrás ya, que el nacimiento de su hijo, el de Bonis, era cosa que no debía tomarse con calor; el mismísimo Julio Mochi, en cierta carta escrita meses antes desde la Coruña, le hablaba del asunto y de su entusiasmo paternal con una displicencia singular, con palabras detrás de las cuales a él se le antojaba ver sonrisas de compasión y hasta burlonas. Pero, en fin, lo de Serafina y lo de Mochi podían ser celos y temor de perder su amistad y protección. Serafina veía, de fijo, en lo que iba a venir un rival, que acabaría por robarla del todo el corazón de su ex amante, de su buen amigo... «¡Pobre Serafina!». No, no había que temer.
Palabra del Dia
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