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Actualizado: 18 de junio de 2025
Sube, hija mía, sube dijo el clérigo abriendo la puerta y hablaremos de eso. Yo te diré dónde está esa calle, y mañana podrás.... No, yo no le quiero ver á usted más. Pero dígame por dónde debo dirigirme. ¿Por qué me ha engañado usted? La joven rompió á llorar como un niño.
Los soldados manejaban picos, abriendo aspilleras en la pared, cortando su borde en forma de almenas. Otros se arrodillaban ó sentaban junto á las aberturas, despojándose de la mochila para estar más desembarazados.
No pude menos de reírme de la evidente sinceridad del cura, el cual dio un salto al oír la carcajada burlona que dejé escapar. ¿Ahora se ríe?... exclamó abriendo los ojos con intensa sorpresa. Qué hermosa es la juventud... Se llora y se ríe sin saber por qué...
La virtud, digámoslo así, sería como un capullo que jamás llegaría a ser flor perfecta abriendo el cáliz, desplegando los pétalos y embalsamando el aire con su aroma, si el vicio, sin querer, y por contradicción, no interviniese en el asunto. ¿Hubiera habido mártires si no hubiera habido desalmados y feroces tiranos que los pusiesen en la alternativa de renegar de su Dios y de adorar los ídolos o de ser devorados por las fieras, desollados o quemados vivos o sometidos a otros exquisitos y muy crueles tormentos?
Meñique levantó la cabeza y vio los dos cubos, que eran como dos tanques, de diez pies de alto, y seis pies de un borde a otro. Más fácil le era a Meñique ahogarse en aquellos cubos que cargarlos. ¡Hola! dijo el gigante, abriendo la boca terrible; a la primera ya estás vencido. Haz lo que yo hago, amigo, y cárgame el agua. ¿Y para qué la he de cargar? dijo Meñique.
La mirada magnética de Venturita había concluído por electrizarle. Has hecho mal en traerme a tu cuarto dijo sonriendo mientras se pasaba el pañuelo por la frente. ¿Pues? preguntó ella abriendo y cerrando varias veces los ojos, como esos relámpagos que se advierten a la caída de la tarde en los días muy calurosos del verano. Porque me siento mal respondió él con la misma sonrisa.
«No hay ni puede haber prosperidad sin administración afirmó D. Carlos, abriendo la gaveta y mirando dentro de ella . Yo quiero que Francisca administre, y cuando administre... Cuando administre, ¿qué? dijo Benina con el pensamiento . ¿Qué nos va usted a dar, viejo loco, más loco que los que están en Leganés?
Reynoso se acercó a las cocheras y dirigiéndose a un mozo que limpiaba un carruaje: Dile a Pedro que enganche antes de las diez para ir a buscar a la estación al señorito Tristán. Sacó luego su cronómetro. Eran las ocho. Dejó las cocheras y abriendo la gran puerta enrejada se introdujo en el parque. Bello, esmeradamente cuidado, pero no de grandes dimensiones.
El médico no estaba en el pueblo. En su lugar vino el albéitar. Los sabios antropólogos dieron un paso atrás, abriendo los ojos desmesuradamente al ver entrar al Pollo. ¿Quién es ese hombre? preguntó D. Pantaleón a un clérigo. ¿Quién ha de ser? El albéitar. Los dos sabios se miraron uno a otro largamente, con sorpresa por parte de Sánchez, con sorpresa y reconvención por la de Moreno.
Cuando entró en el patio del Hospital, el tartanero saltó de su asiento, y acariciando su caballo esperó inútilmente que bajasen aquel par de borrachos. Fue a abrir, y vio que por el estribo de hierro se deslizaban hilos de sangre. ¡Socorro! ¡Socorro! gritó abriendo de un golpe. Entró la luz en el interior de la tartana. Sangre por todas partes.
Palabra del Dia
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