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Actualizado: 2 de junio de 2025
Pero al acordarse de Quevedo, se acordó del duque de Lerma; al acordarse del duque de Lerma, recordó que para él le había dado una carta la abadesa de las Descalzas Reales, y que se la había dado de una manera urgente. Entonces hizo un paréntesis en sus imaginaciones, y dijo suspirando: Puesto que necesitamos vengarnos, es necesario servir á quien vengarnos puede.
¿Pero cómo pudo vuestro amigo entregar... anoche esas cartas á la reina? Es sobrino del cocinero del rey, y tiene amores en la servidumbre de la reina. Me habéis maravillado, don Francisco... yo creía que lo sabíamos todo... Pues ya habréis visto que hay muchas cosas que ignoráis. Madre abadesa dijo en aquellos momentos á la puerta del locutorio una monja , aquí han traído una carta para vos.
Creo que he obrado de ligero, y que mi tío recela más de lo justo... murmuró la abadesa . Y dice bien ella... si se amaran, ¿á qué habían de haber venido aquí? Lo más que puede suceder es que Quevedo ame á mi prima y quiera obligarla mostrándose amigo de mi tío; pero el padre José me ha revelado cosas que están muy en relación con lo que me ha revelado Quevedo.
Pero, sin dar tiempo de que se llevaran los «dedales de muñeca» a fray Anselmo o a la abadesa madame Montballon, desnudó la espada, tomó las dos copas con ambas manos, e intentó con ellas unos ejercicios como juegos malabares, dándolas muy pronto contra el suelo, donde se hicieron añicos.
Movida por estas consideraciones, que se discutieron entre las de más autoridad y consejo, la priora, abadesa, o lo que fuese, mandó llamar a Valeria, y suavemente, con gran dulzura, le dijo que la situación era insostenible; que habían consultado con el señor obispo; que éste no resolvía sus dudas; que la responsabilidad del convento era tremenda; que allí había un misterio indescifrable; que no podían continuar así, y otras muchas cosas, todas las cuales venían a compendiarse en estas horribles frases: «Hija mía, lo sentimos mucho... Profesar no puedes por carecer de dote; seguir aquí tampoco, por falta de otros requisitos... Nosotras todas te encomendaremos al Señor en nuestras oraciones, pero en el colegio es imposible que sigas.
No tenían escrúpulo en colocarse de pie sobre ellos y hasta encaramarse sobre los mismos santos, cuando así lo requería la necesidad de quitar el polvo a alguna moldura o poner un cirio en el paraje designado. La madre abadesa desde el coro, con la frente pegada a las rejas, dictaba sus órdenes como un general en jefe, con vececita delgada y áspera.
Si decía que Quevedo le había quitado la carta, se comprometía. Si decía que la había perdido... la carta podía parecer y era un nuevo compromiso. Si rompía por todo y no llevaba aquella carta á la abadesa, ni volvía á ver al duque de Lerma, y se iba de Madrid... Esto no podía ser. Estaba comprometido con el duque. Estaba comprometido con la Inquisición.
¿Qué significa este conocimiento que tenéis con don Francisco de Quevedo, prima? dijo severamente la abadesa. Le conozco desde que era muy joven contestó con desdén doña Catalina. Pero no creo que le conozcáis lo bastante para acompañaros con él.
Aquí, señora. Dádmela. No veo... no veo dónde está, señora. La abadesa se levantó y pidió una luz, que fué traída al momento. Entre el fondo iluminado de la parte interior del locutorio y la reja, había quedado de pie, escueta, inmóvil, la negra figura de la abadesa, semejante á un fantasma siniestro. No se la veía el rostro á causa de su posición, que la envolvía por delante en una sombra densa.
Palideció la abadesa. ¿Y serían capaces...? dijo. Yo no he dicho tanto. Pero tendréis algunas pruebas... No las tengo, pero las he visto. Seguid, don Francisco; pero explicadme. Ya os he dicho que mi amigo es enemigo, á causa de una dama, de don Rodrigo Calderón.
Palabra del Dia
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