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Actualizado: 2 de junio de 2025


¿Qué tengo yo que ver con doña Clara Soldevilla? dije que la reina... ¡Desdichado! Era querida de mi sobrino. Pues habéis mentido como un bellaco exclamó Quevedo ; y ya que no tiene remedio lo que habéis dicho á la abadesa, guardáos, guardáos de volver á pronunciar esa calumnia. ¡Ah, don Francisco! exclamó Montiño, cuya alma se encogió de miedo, bajo la mirada terrible, incontrastable de Quevedo.

Después de ser abadesa, los regalos servían para que todas las monjas la llevasen á su celda y misteriosamente los chismes del convento. En el convento de las Descalzas Reales se conspiraba. Estas conspiraciones eran hijas de la rivalidad de las monjas. La comunidad, como toda sociedad, estaba dividida en bandos.

Recibo de rodillas su bendición y se la pido de nuevo. Dios guarde la vida de vuecencia ilustrísima como yo deseo. Humilde hija y criada da vuecencia ilustrísima. Misericordia, abadesa de la comunidad de las Descalzas Reales de la villa y corte de Madrid

Veamos ahora la carta que el padre Aliaga había escrito á la abadesa, y que ésta leía á la sazón: «Mi buena y querida hija en Dios, sor Misericordia, abadesa del convento de las Descalzas Reales de la villa de Madrid: He sabido con disgusto que, olvidándoos de que habéis muerto para el mundo el día que entrásteis en el claustro, seguís en el mundo con vuestro pensamiento y vuestras obras.

Todo aquel tiempo, es decir, el que había transcurrido desde la ida de Francisco Montiño de un convento á otro, lo había pasado Montiño bajo la presión despótica de la madre Misericordia. El haberse quedado Quevedo con la carta de la abadesa para Lerma, había procurado al cocinero mayor aquel nuevo martirio.

¿Quién podía sospechar que en aquellas cartas se agitasen las parcialidades de la corte? En aquellos tiempos y aun en otros, los conventos de monjas venían á ser para los conspiradores lo que un arroyo ó un río para el que quiere hacer perder las huellas de su paso á quien le sigue. De modo que una abadesa de monjas en el siglo XVII, solia ser un personaje importantísimo.

Quevedo se fué derecho á la puerta y miró detrás de ella. Encontróse en un ángulo con el cocinero mayor, encogido y contrariado. Quien huye, teme dijo Quevedo. Pues no, no dijo saliendo Montiño por qué deba yo temeros. Vos debéis haber venido aquí para algo malo. ¿Yo? por cierto, y ya á lo malo que habéis venido. A traer una carta del duque de Lerma á la abadesa. ¡Cómo! ¡qué!

En la revelación de Quevedo hay algo de cierto. ¡Las cosas han variado... pues bien... nuestra obligación es ayudar á Lerma... si Quevedo le sirviese de buena fe!... ¡oh! ¡don Francisco vale mucho! ¡pues bien! avisemos á mi tío, y él en su prudencia, en su sabiduría, sabrá lo que debe hacer. La abadesa salió del locutorio. ¿Quién ha traído esta carta? dijo á la tornera.

Ya veis, señora, que cuando doña Catalina, hija de quien es, confía en , vos también debéis confiar. ¿Pero por qué no habéis ido directamente á mi tío, caballero? dijo la abadesa. El duque de Lerma acaba de darme la libertad; podía creer que yo... yo no puedo, no debo cambiar así, delante de las gentes, delante del mismo duque.

¡Ah! ¡ah! dijo el padre Aliaga para ; ¿conque la de Lemos y Quevedo mancillan los nombres de dos familias ilustres? ¡se aman! ¡Quevedo es amigo de ese don Juan, y la condesa de Lemos es camarera de la reina! El padre Aliaga se quedó profundamente pensativo y guardó la carta de la abadesa.

Palabra del Dia

rigoleto

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