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Actualizado: 2 de junio de 2025


Abandonaría el castillo, e iría a refugiarme en un convento, el della Pietá, donde se encuentra la hermana menor de usted, la señora Isabel. »¡Tiene razón! exclamé; ¡partamos! »¡Insensata! exclamó Teobaldo deteniéndome; ¿Cree usted que la abadesa della Pietá consentiría en recibirla y retenerla contra la voluntad del señor Duque?

¡Creo que amáis á don Francisco! ¡Y qué! dijo fríamente la de Lemos, que era violenta. ¡Lo confesáis! Ahorro una disputa vergonzosa. ¿De modo que el amor...? ¿Y qué entendéis vos de amor? dijo con desprecio la de Lemos. La abadesa se mordió los labios. Yo creía que os justificaríais.

Que procurase comprender lo que pudiese haber en aquello, y que le avisase. Es necesario confesar dijo la de Lemos, poniendo otra vez la carta en el torno y dándole vuelta que á veces mi padre está bien servido. ¿Seréis franca conmigo, prima? dijo la abadesa después de haber tomado la carta y de haberla guardado. ¿Y por qué no he de serlo? ¿Creéis acaso que yo tenga algún secreto?

Al fin, yo llamaba ya «señora» a la abadesa, «padre» al vicario y «hermano» al sacristán, cosas todas que con el tiempo y el curso alcanza un desesperado. Empezáronme a enfadar las torneras con despedirme y las monjas con pedirme. Consideré cuán caro me costaba el infierno, que a otros se da tan barato y en esta vida, por tan descansados caminos.

En primer lugar, caballero, yo no os conozco; en segundo lugar, no comprendo cómo acompañáis á mi parienta doña Catalina. Sentémonos dijo Quevedo con gran calma. Doña Catalina se sentó más turbada que nunca, y la abadesa extraordinariamente admirada, dominada por la sangre fría y la audacia de Quevedo.

¡Ah! exclamó cambiando enteramente de expresión la abadesa : ¿y para qué me buscáis, caballero? Primero he buscado á vuestra noble prima. ¿Y para qué? Para asuntos que me tocan al alma... porque á me toca al alma todo lo que directa ó indirectamente atañe al servicio de su majestad. ¡Ah!

Una cosa hay, sin embargo, que yo no puedo hacer. ¿Cuál? Llevar al duque de Lerma la carta que me ha dado para su excelencia la abadesa de las Descalzas Reales... porque... ¡como don Francisco de Quevedo me ha quitado esa carta! No se la llevéis.

Montiño metió la mano con dificultad por uno de los vanos de la reja, y dió á la madre Misericordia la carta. La abadesa se fué á leerla á la luz. Para comprender esta carta, es necesario insertemos primero la que el duque de Lerma escribió aquella mañana para la abadesa, y después la contestación de éste.

Poco hemos de poder mi marido y yo si no te hacemos obispo. Ya has visto este majadero de Facundo, tan obispo como San Agustín. Y al pobre Chapaprieta no le tenemos ya de obispo, porque a ése, tan engurruñado, soso y melifluo, nada se le puede hacer, como no sea madre abadesa. eres listo y nada gazmoño. Los hábitos no te sentarán como un miriñaque. Cuando sea menester, sabrás remangarlos.

Vos no me conocéis dijo , no lo extraño; vos habéis vivido siempre muy retirada del mundo, mientras que yo he vivido siempre muy metido en él, aun cuando he estado preso. Al oír la palabra preso, la abadesa dejó ver una altiva expresión de disgusto y de contrariedad.

Palabra del Dia

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