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Actualizado: 2 de junio de 2025
El llamado era el secretario del conde de Haro. Poned una carta para la abadesa de las Descalzas Reales, en que la diréis que entregue mi hija la señora doña Juana, al aya doña Guiomar; al momento, al momento, y que me perdone si no voy yo en persona porque el catarro no me deja.
Por la primera vez, cuando tu amo nos convidó, los he tolerado. ¡Pero ya no los toleraré más! ¡Por los clavos de Cristo, que no los toleraré más!... ¡Llévaselos a fray Anselmo para cuando diga misa, o a mi buena amiga la abadesa del convento de Saint Etiene, madame de Montballon!
Debemos enumerar especialmente, entre estas composiciones, las que escribió Roswitha, noble abadesa de Gandersheim, imitadas de antiguas leyendas cristianas, ya estuviesen destinadas á la representación, ya no, como parece más probable, sino sólo á servir de piadoso solaz á las monjas de su monasterio.
¿Qué iría á decir la abadesa al duque? murmuraba el asendereado Montiño . ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡y quién me hubiera dicho ayer que esto iba á pasar por mí! Al fin se oyó rechinar la pluma sobre el papel bajo la mano de la madre Misericordia.
Tampoco se podía ver el del cocinero mayor, que estaba de pie en la parte interior del locutorio. El reflejo de la luz atravesando la reja, era muy débil. Esto convenía á Montiño, porque si la abadesa hubiera podido verle el semblante, hubiera sospechado del cocinero mayor, que estaba pálido, desencajado, trémulo. Dadme esa carta repitió la abadesa.
Yo no os he dado carta alguna para don Francisco. Tenéis razón; es que sueño con ese hombre. Quise decir la carta que me habíais dado para el señor duque de Lerma. ¿Qué, os la quitó?... Me la sacó... sí, señora... no sé cómo... pero me la sacó... y se quedó con ella. ¡Que se quedó con ella!... ¿y por qué os dejastéis quitar esa carta? exclamó con cólera la abadesa.
En una época tal, el convento de las Descalzas Reales tenía una gran influencia. La abadesa era un gran personaje. Era sobrina, aunque lejana, del duque de Lerma, noble y rica. Había aportado un rico patrimonio procedente del dote y de las gananciales de su madre, y del tercio y quinto de su padre al convento. En el mundo se había llamado doña Angela de Rojas. Era rica.
Cada uno de estos bandos quería influir en el ánimo de la abadesa, en aquella especie de presidenta de república. Porque un convento de monjas es una república en que todos los cargos se obtienen por elección. Y una república más difícil de gobernar que lo que á primera vista parece. A más de la lucha de influencia, había otras luchas secundarias que acababan de envenenar á la comunidad.
Era aquella una de esas situaciones cómicas que tienen lugar con frecuencia cuando el poder hace uso del misterio, cuando explota el recelo de los unos y de los otros, y cuando sus agentes no saben ni pueden saber á qué atenerse. Por esto estaban en una situación casi idéntica la abadesa de las Descalzas Reales y el cocinero del rey.
Llame Vd. á la Madre abadesa, que traigo prisa, dijo la cabrita; si no, voy por el abejaruco, que le vi al venir por acá. La tornera se asustó con la amenaza, y avisó á la Madre abadesa, que vino, y la cabrita le contó lo que pasaba. Voy á socorrerte, cabrita de buen corazón, le dijo, vamos á tu casa.
Palabra del Dia
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