Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 2 de junio de 2025
Y contestando con otra no menor reverencia á la abadesa, mientras la de Lemos callaba verdaderamente turbada por la situación, dijo: ¡Mi señora doña Angela!... Hace mucho tiempo que sólo me llamo sor Misericordia, caballero , dijo la religiosa con acento severo y agresivo. Perdonad, pero yo busco en vos la dama, cuando voy á hablaros del mundo, cuando voy á sacar vuestro pensamiento del claustro.
¡Una carta en que se habla mal de mí! ¡Pero don Francisco! Me la ha leído la abadesa y sé que andáis en cuentas con ese bribón de Lerma. Os juro que... yo... no sé ciertamente... el duque me ha llamado... Vos acabaréis muy mal, señor Montiño. Mi sobrino tiene la culpa. ¿Vuestro sobrino?... Por él me están aconteciendo desde ayer desgracias. Para él es todo lo bueno, para mí todo lo malo.
¡Dios mío! exclamó el desdichado ¡me van á matar! ¡Pero señor! ¡la carta que me dió la abadesa de las Descalzas Reales! ¿qué he hecho yo de esa carta?... ¡tengo la cabeza hecha una grillera! ¡todo me anda alrededor! ¡todo me zumba, todo me chilla, todo me ruge! ¡pero esta carta!... ¡esta carta! Y se registraba de una manera temblorosa los bolsillos, los gregüescos, hasta la gorra.
La madre Misericordia, á pesar de ser abadesa de las Descalzas Reales, no era una vieja. Esto no tenía nada de extraño, porque á falta de edad tenía caudal. Gastaba generosamente gran parte de él en regalos á las monjas. Y hemos dicho mal al decir que generosamente, porque aquellos regalos habían tenido su objeto antes de ser abadesa la madre Misericordia. Serlo.
Las tres infelices están que da lástima verlas de marchitas y acongojadas, y de seguro preferirían la peor vida del mundo a la que ahora llevan, aguantando con gusto palos de marido o rigores de abadesa, con tal de abandonar las sombrías mazmorras de mi casa. No ven a otros hombres que a mí y a D. Paco. ¿Te parece que estarán divertidas? ¿Usted sale por las noches de su casa?
Podemos decir que ha vuelto en sí; no resta agora sino perseverancia que se mida con la que yo tendré. El locutorio dudo por hoy, pero no deje de venirse V. Md. a vísperas, que allí nos veremos, y luego por las vistas, y quizá podré yo hacer alguna pandilla a la abadesa. Y adiós», etc. Contentóme el papel, que realmente la monja tenía buen entendimiento y era hermosa.
¿Lo veis, don Francisco? ¿Lo veis? me llaman. Allá voy, allá voy, señora mía. Y se acercó al torno. La señora abadesa os ruega que subáis al locutorio. Allá voy, allá voy, madre tornera; ya lo oís, don Francisco. Y Montiño tomó por las escaleras como quien escapa. Andad, que aquí os ospero dijo Quevedo.
¿Qué risas tan mundanas son ésas? dijo la Madre Transverberación . Es la primera vez que se ríe usted de ese modo en esta casa. ¿Qué pasa para tanta alegría?... Adentro, niña, adentro; daremos parte de este inaudito desenfado a la Madre Abadesa. Cerróse el locutorio y salí a la calle.
La abadesa leyó la carta, la dobló, la guardó y, dirigiéndose á Quevedo, le dijo con acento reservado y glacial: Os agradezco las revelaciones que me habéis hecho, don Francisco, y estoy segura de que mi tío el duque de Lerma os las agradecerá. ¡Oh!
Poco después de entrar en el locutorio, Montiño sintió abrirse una puerta y los pasos de una mujer. No traía luz. Luego oyó la voz de la madre Misericordia. El triste del cocinero mayor se estremeció. ¿Quién sois, y qué me queréis de parte del Santo Oficio? había dicho la abadesa con la voz mal segura, entre irritada y cobarde.
Palabra del Dia
Otros Mirando