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Actualizado: 15 de junio de 2025


Poco más de dos años hacía que estos chicos habían quedado huérfanos de madre, muerta, según decían en la aldea, «de punta de costado y pulmoníaDesde entonces, Ángela y Rosa quedaron al frente del manejo interior de la casa, lo cual no les excusaba de asistir al trabajo en tiempo de labores, para ayudar a su padre, a Rafael y al criado.

También se diferenciaban notablemente en el humor. Ángela era desdeñosa, irascible, absolutamente incapaz de enternecerse, amiga de los placeres de la mesa sobre todos los demás. Lucía era romántica, llorona, con ribetes de literata, amiga de contar los sueños y los presentimientos, muy habladora, astuta y zahorí para explicar los misterios y laberintos del corazón; apenas comía.

¡Ah, maldita! ¿Conque no te gusta?... ¿Y esto, di, te gusta?... ¿eh, te gusta?... ¿eh, te gusta?... ¡Toma, toma, recondenada, maldita sea tu estampa! No se sabe cómo la hubiera dejado a no mediar D. Jaime y no subir Ángela de la cocina. Entre ambos le apartaron. Desde lejos, sujeto por los brazos, le preguntaba con rabiosa sorna: ¿Conque no quieres, eh?

Lo que todos habían tenido cuidado de ocultar, lo que la misma Hasay ignoraba, se lo reveló en una sola palabra una amiga suya. ¿Qué quiere decir inclusera? Preguntó un día Hasay á la que llamaba su hermana. No , contestó Lola; y, dime: ¿por qué me lo preguntas? Porque ayer, sin querer, pisé el vestido á Ángela, y esta al ver que estaba roto, me dijo: ¡anda, inclusera!

Después que los niños fueron á estudiar sus lecciones se puso á escribir una carta. Antes de terminarla recibió la visita de su hermana Matilde, que habitaba como señora la casa de Estrada. Sus padres habían fallecido y también una de sus hermanas. Otra, llamada Ángela, se había casado con un ingeniero belga y se había ido á establecer á Andalucía.

En una época tal, el convento de las Descalzas Reales tenía una gran influencia. La abadesa era un gran personaje. Era sobrina, aunque lejana, del duque de Lerma, noble y rica. Había aportado un rico patrimonio procedente del dote y de las gananciales de su madre, y del tercio y quinto de su padre al convento. En el mundo se había llamado doña Angela de Rojas. Era rica.

Cuando esto no bastaba para hacerle callar, se burlaba de su extremada delgadez; ponía un palito derecho sobre el escaño y lo tiraba de un soplo, parodiando la poca consistencia del joven; al salir, le abría el ventanillo superior de la puerta, invitándole a pasar por él. Ángela, a veces, la reprendía por su falta de respeto.

Después, volviéndose hacia Ángela, le dijo con voz temblorosa aún por la cólera: Ve a abajo y trae un pedazo de borona y un jarro de agua. Ángela se apresuró a cumplir la orden. El padre fue otra vez al cuarto y colocó uno y otro en el suelo, exclamando: ¡Ahí tienes lo que has de comer y beber mientras seas tan perra!... ¡Yo te bajaré los humos!...

Y de esta suerte, huyendo cuando venían a cogerle y tornando en seguida a tirarles piedras, les fue dando por más de media legua una muy pesada escolta. Los curiosos se habían diseminado. Reinaba completo silencio en el Molino. Ángela y Rosa permanecían en el corredor, cada cual en un rincón, con la cabeza entre las manos.

El año 1600 llegó á esta capital de Andalucía el gran poeta, que se hallaba entonces en toda la fuerza de su juventud y con toda la lozanía de su portentoso ingenio, y no vino solo, pues le acompañaba doña María de Luján, hermosa mujer, con quien tenía hacía tiempo amorosas relaciones, de las cuales eran fruto dos niñas, á la sazón de corta edad, y de nombres Mariana y Angela.

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