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Chico, no he venido a que me echases las cartas y me adivinases el pensamiento. He venido, óyelo bien, a impedir ese matrimonio. Por todos los medios; por las malas, si no lo logro por las buenas. ¿Por las malas, señora? ¿Qué puede temer un siervo de Dios? Si fueras solamente un siervo de Dios, quizás no tendrías nada que temer.

Soy amigo viejo de tu familia, fuí condiscípulo de tu padre.... Oyelo bien: ¿sabes a quién debo la carrera? Pues a tu abuelo. Ya verás que no puedo venir a esta casa por interés. Mira, muchacho: no vuelvas a hablarme de eso. Pero, doctor.... ¡Qué pero ni qué peras! ¡Cuánto agradecí al facultativo su desinterés!

22 De la destrucción y del hambre te reirás, y no temerás de las bestias del campo; 23 pues aun con las piedras del campo tendrás tu concierto, y las bestias del campo te serán pacíficas. 27 He aquí lo que hemos inquirido, lo cual es así: Oyelo, y juzga para contigo. 1 Y respondió Job y dijo: 2 ¡Oh, si pesasen al justo mi queja y mi tormento, y se alzasen igualmente en balanza!

Manda, ordena, dispón, decide lo que quieras; paso por todo, ¡pero mía, mía para siempre! ¿Y qué sabes lo que es siempre? ¿Cuánto tardarías en cansarte otra vez de ? Y, sobre todo, no reparas en lo que hablas... y me estás ofendiendo. Óyelo bien; jamás engañaré a Martínez, lo juro. Lo hecho, hecho está. Y al decir esto, sonrió ligeramente, como burlándose de sus propias palabras.

Pues, óyelo bien: este amor que es en mi como la aurora de hermoso día; este amor en el cual he cifrado todas mis ilusiones y todas mis esperanzas, no será coronado por la dicha...» Y la pobre niña no podía ocultar sus recelos, y me los confiaba sencillamente, como deseosa de conseguir, por este medio, la perennidad de un afecto que le parecía vano y fugitivo.

Ya lo que vas a contestarme, ya lo ; pero no lo digas, óyelo de mis labios: «Pues si estás segura de que te olvidaré, ¿por qué no rompes ahora mismo los lazos que nos unen?» ¡, Linilla, eso digo! ¿Por qué?

Pero, óyelo, óyelo: ninguna te amará como yo; ninguna tendrá para este amor que encadena mi alma a la tuya; amor que es mi dicha y desgracia. Se ha hecho dueño de mi corazón, le ha dominado por completo, y ahora, y siempre, será objeto de todos mis anhelos, consuelo mío en todas las horas de dolor. Angelina, ¡no hables así!... ¡Mira que me atormentas! Apura hasta las heces el cáliz del dolor.

No me da pena confesarlo; y óyelo bien, mira que te lo digo sinceramente, como lo siento, como si mi madre me oyera: si te enamoras de Gabriela; si en el amor de esa niña esta cifrada tu felicidad; si ella es para dicha y ventura, no vaciles, olvídame, olvida a la pobre Linilla, y ¡se feliz! Ya te lo dije, te lo he dicho muchas veces, todo el anhelo de mi corazón es verte dichoso.