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Coleta, agotados los elogios al intrépido cazador, cuyas hazañas conocían mejor que él los que le escuchaban, iba ya a emprender el camino hacia Madrid, cuando su instinto de parásito le hizo fijarse en un carro descubierto que avanzaba con lento balanceo sobre los relejes de la carretera.

Ante la escalinata del hotel, la esperaba el automóvil, una máquina soberbia que había costado á Sánchez Morueta cincuenta mil francos en París y de la que apenas hacía uso, habituado como estaba al carruaje de sus primeros años de opulencia, el cual, al mecerle sobre los relejes del camino, le hacía pensar en sus negocios, como si el movimiento sacudiese sus ideas adormecidas.

Una gran parte de dicho equipaje iba amontonado en el techo del vehículo, y al avanzar éste rechinando sobre los profundos relejes abiertos en el polvo, se inclinaba con un balanceo cómico ó inquietante, como si fuese á volcar. En la puerta del boliche se agolparon los hombres libres de trabajo, atraídos por tal novedad.

A las dos de la madrugada el destartalado carricoche va rodando, hundiéndose en los hondos relejes, saltando sobre los agudos riscos, por las anchas calles blancas de la ciudad manchega. Corre un viento sutil y helado. Las luces eléctricas difunden una claridad opaca. A un lado y a otro se extienden las fachadas en anchas pinceladas de blanco sucio.

Era un cruzamiento de vías estrechas con altas aceras pavimentadas de bloques poligonales de lava azul. En sus intersticios formaba la fecundidad primaveral apretados cordones de hierba moteados de florecillas. Carruajes milenarios, de los que no quedaba ni el polvo, habían abierto con sus ruedas profundos relejes en este pavimento.

Y permanecía inmóvil, atascado en su camino, sabiendo que perdía el tiempo, que equivocaba el curso de su vida, sin ánimo para intentar un esfuerzo, confiando en un extraño fatalismo que había de sacarle del mal paso, seguro de la llegada de un acontecimiento extraordinario que le arrancaría de los relejes en que estaba hundido, sin que tuviera que poner nada de su parte.

El labriego tenía arado el bancal y relleno de semilla el surco. Podían los hombres seguir matándose; la tierra nada tiene que ver con sus odios, y no por ellos va á interrumpirse el curso de su vida. La reja había abierto sus renglones rectos é inflexibles, como todos los años, borrando el pateo de hombres y bestias, los profundos relejes de los cañones. Nada desorientaba su testarudez laboriosa.

...Entro resueltamente en la Posada del Norte. El zaguán es largo, estrecho y bajo; los carros, en su entrar y salir continuo, han abierto en el empedrado, de agudas guijas, hondos relejes. Al fondo se abre una puertecilla diminuta; dos, tres, cuatro más a la derecha, cerradas por menguadas cortinas; y a la izquierda, una ancha franquea la entrada a un patio.

La soledad le desorientaba... Y el automóvil fué avanzando con lentitud, sin más norte que los grupos de sepulturas, siguiendo la carretera central, lisa y blanca, metiéndose por los caminos transversales: zanjas tortuosas, barrizales de relejes profundos, en los que daba grandes saltos que hacían chillar sus muelles.