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Viajero por amor, tendría que contemplar la felicidad ajena como los eremitas del desierto contemplaban las rosadas y fantásticas desnudeces evocadas por el Maligno. ¡Ay, quién podría darle en viviente realidad la imagen algo esfumada que latía en su recuerdo!... ¡Pasear sintiendo el dulce brazo en su brazo; soñar arriba, en la última cubierta, ocultos los dos detrás de un bote, las bocas juntas, la mirada perdida en el infinito; vivir toda una vida en tres metros de espacio, entre los tabiques de un camarote, despertando del amoroso anonadamiento con la campana del puente, que sonaba, en la inmensidad oceánica, discreta y tímida, como la otra campana monjil!... Y sumiendo Fernando su mirada en los borbotones de espuma moteados de puntos de luz que resbalaban por el flanco del navío, gimió mentalmente, con un llamamiento angustioso: ¡Oh, Teri!... ¡Alegría de mi existencia!

Era un cruzamiento de vías estrechas con altas aceras pavimentadas de bloques poligonales de lava azul. En sus intersticios formaba la fecundidad primaveral apretados cordones de hierba moteados de florecillas. Carruajes milenarios, de los que no quedaba ni el polvo, habían abierto con sus ruedas profundos relejes en este pavimento.

Ella, que cuidaba antes con gran escrupulosidad las ropas de Isidro, mostrando empeño en que se distinguiese de los compañeros por su limpieza, abandonábalo ahora, sin lanzar una mirada a sus cuellos grasientos, a sus pantalones moteados por el barro de lejanas lluvias.

Se abalanzaron entonces a los comestibles que estaban a la vista: pastelillos y dulces de diversas épocas, artísticamente moteados con deyecciones de moscas a pesar de su encierro entre cristales. El dueño, detrás del mostrador, atendía al remedio de esta hambre general abriendo latas de sardinas y cortando lonchas de salchichón blanducho.

Alzaba la isla en el fondo su escalonamiento de montañas volcánicas, con cuadriláteros de tierra cultivada moteados de blancas casitas. En la parte inferior, junto a la masa azul del mar, extendían las fortificaciones españolas sus viejos baluartes, rematados los ángulos por garitas salientes de piedra.

Los ojos dulces del padrino, unos ojos amarillos moteados de pepitas negras, acogían á Ulises con el amor de un solterón que se hace viejo y necesita inventarse una familia.

Leonora no reía. Abríanse desmesuradamente sus ojos moteados de oro; palpitaban de emoción las alillas de su nariz, y parecía conmovida por la sinceridad elocuente del joven. ¡Pobre Rafael! ¡Pobrecito mío!... ¿Y qué vamos a hacer? En el huerto, Rafael jamás se había atrevido a hablar con tanta franqueza.

A un lado avanzaba el Cap-Martin, repeliendo el asalto de las olas, círculo de corderos blancos que se sucedían incesantemente surgiendo de las praderas azules; más allá, la costa de Italia, sonrosada por la melancolía de la tarde; y en el extremo opuesto, el Cap-d'Ail y el Cap-Ferrat, sobre cuyos lomos abullonados de verde por las arboledas y moteados de blanco por las «villas» empezaba á extenderse el sudario de oro que debía envolver la muerte del sol.