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Si, por una razón cualquiera, la cadena de las comidas llegaba a interrumpirse, el alma del muerto salía de su morada apacible y se convertía en un alma vagabunda cuya única ocupación era molestar y atormentar a los vivos.

Tuvo que interrumpirse aquí el coloquio, porque se oyó el recio y bien conocido taconeo de miss Mary que se acercaba... Ramón, cuya única antipatía en el mundo era esa miss Mary, se hizo humo... Lita simuló dormitar y despertarse sobresaltada... ¿Viene usted a buscarme, miss... «Yes»? preguntó, no sin altanería. «Yes, Lita. Your mother is coming»... Ante tal argumento, Lita cedió.

También llegó a interrumpirse la desesperante continuidad de la barrera de aquel lado, y entonces columbré sobre un cerro, encajonado en el fondo de un amplio seno de montes, un castillo roquero que, aunque ruinoso y cargado de yedra, conservaba las principales líneas de su sencilla y elegante arquitectura. ¿Qué castillo es aquél? pregunté al espolique.

Ademas son pocos los casos, aun en los estudios serios, que requieren atencion tan profunda que no pueda interrumpirse sin grave daño.

»Mi tío me miró con sorpresa y prosiguió fríamente: »Te he hecho venir, no para pedirte consejo, sino para prevenirte que he ofrecido tu mano a uno de mis vecinos. »Me turbé de tal modo, que creí que iba a perder el conocimiento. Mi tío me mostró con el dedo un sillón, y, sin interrumpirse, continuó diciendo: »He elegido el más rico y más noble, el hijo del conde de Pópoli.

El gitano escuchaba silenciosamente, mientras que Bentek continuaba sin interrumpirse sus ¡pom!... ¡pom! y su viva pantomima. Blasillo, poniéndose apresuradamente un cinturón, colocaba en él su sable, su puñal y sus pistolas.

La intensidad del reposo del ministro era tanto más notable, cuanto que era una de esas personas de sueño por lo común ligero, no continuado, y fácil de interrumpirse por la menor causa. Pero su espíritu no estaba tan hondamente aletargado, que le impidiera moverse en el sillón cuando el anciano médico, sin ningunas precauciones extraordinarias, entró en el cuarto.

Y cuando pinta a Rufino Cuervo, el sapientísimo autor de las Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano, «trabajando con tranquilidad, sin interrumpirse sino para despachar un cajón de cerveza...», porque Cuervo no es ni más ni menos que cervecero. «Yo mismo he embotellado y tapado, me decía Rufino» agrega el señor Cané...

El labriego tenía arado el bancal y relleno de semilla el surco. Podían los hombres seguir matándose; la tierra nada tiene que ver con sus odios, y no por ellos va á interrumpirse el curso de su vida. La reja había abierto sus renglones rectos é inflexibles, como todos los años, borrando el pateo de hombres y bestias, los profundos relejes de los cañones. Nada desorientaba su testarudez laboriosa.

Aquellas portadas de una porcion de archivoltas concéntricas, de molduras grandemente rehundidas, formando arco abocinado, y revestidas de dientes de sierra, de puntas de diamante, de zig-zags, de graciosos pometados y de menudísima follagería que deja modestamente campear las líneas sin encubrirlas; aquellos capitelitos en forma de dados, aquellos lisos y sencillos fustes que son como la prolongacion misma de los gruesos resaltos ó molduras de la archivolta; aquellos cordones ó funículos que á manera de collarines ciñen los fustes por debajo de los capitelillos, sin interrumpirse de una á otra esbelta columnilla; aquellas lindas repisas, todas trabajosamente esculpidas con caras, ó figurillas, ó follage, que suelen ser el sosten de otros capitelillos intermedios que forman con los de las columnas una faja contínua y apretada de preciosos dados; finalmente, aquellos rústicos tejaroces que coronan las antiguas portadas, y cuyos caprichosos y variados canes, á veces de espantables monstruos, á veces de lisas y toscas molduras horizontales, casi nunca caen simétricamente sobre las puertas: todos estos son caractéres inequívocos del mas puro gusto bizantino segun se practicó en España desde los tiempos de los sucesores de Carlomagno hasta fines del siglo XIII. Pero son sumamente equívocos en toda Andalucía, dominada y aleccionada por las gentes de levante, primero en el siglo VI por el vergonzoso pacto de Athanagildo, luego desde el VIII en adelante por el gran desastre de que fué causa la sensualidad de D. Rodrigo.