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«Querido dijo a Rubín la dama esférica, tocándole amistosamente en el hombro . Hágame el favor de decirle a Lupe que la pájara mala sacó pollo esta mañana... un polluelo hermosísimo... con toda felicidad...».

Levantó los hombros Ferragut, y en vista de su indiferencia, el viejo no quiso guardar por más tiempo el secreto. ¡La pájara! añadió . Aquella pájara guapetona y perfumada que venía á verle... La de Nápoles... la de Barcelona... El capitán palideció, primeramente de sorpresa, luego de cólera. ¿Freya en Brest?... ¿Hasta aquí llegaba su espionaje?... Caragòl continuó su relato.

Pero el recuerdo del papel escrito por ella desmentía tal suposición... Freya estaba en Brest. El cocinero lo explicó todo simplemente al asediarle el capitán con nuevas preguntas. La pájara debía ir de paso. Tal vez se marchó en la tarde... ¡Pura casualidad el encuentro! Tuvo que desistir de sus averiguaciones.

¡Qué mala es esta pájara! decía doña Desdémona , no sabe usted lo mala que es. Ha matado ya tres maridos... y de los hijos no hace caso. Si no fuera por el macho, que es, ahí donde usted lo ve, toda una persona decente, los pobrecitos se morirían de hambre.

El interés con que doña Lupe esperaba noticias de la pájara mala y de si sacaba bien o mal el pollo, no podrá ser comprendido sin tener en cuenta las grandes ideas que en aquellos días despuntaban en el caletre de la insigne señora. Su entendimiento excelso sugeríale determinaciones para todos los casos, y medios de armonizar los hechos con los principios en la medida de lo posible.

El no iba a misa, pero sentía gran respeto por la religión, como una autoridad más de las que hacen marchar al hombre derecho. Por eso deseaba casarse como Dios manda. Aquella pájara que tanta guerra le dio en su matrimonio debía de haber muerto; habría reventado en el Hospital de San Juan de Dios o en medio de la calle. Sólo faltaba sacar el «mortuorio», y se casaban inmediatamente.

¡Pero, hombre, siéntate! decía el doctor asustado al verle ir y venir por el despacho como un loco. No golpees los muebles. Ya que de un puñetazo eres capaz de romper esa mesa. No los has matado y has hecho muy bien. ¿Acaso eres el primero, ni serás el último, de quien se burle una pájara de esas? Sigue contando... sigue.

Yo la he considerado siempre una pájara de cuenta, pero aquí se miente mucho... mucho; se le levanta un mal testimonio al mismo verbo divino; y no será tanto como dicen... ¡Si fuese uno a hacer caso! ¿No era el pobre don Ramón el más grande hombre de esta tierra? ¿Y qué cosas no decían de él?... Ya no se habló más de la hija del doctor Moreno. Rafael sabía cuanto deseaba.

Siendo Bonis tan majadero, y no disponiendo de un cuarto, ¿cómo le habría querido, ni siquiera por broma, aquella señorona, quiere decirse, aquella pájara tan señorona, que parecía una reina? Y sin embargo... podía ser. Había indicios.

Ahora, por lo pronto, algo he de hacer con él..., ¡cochino!, y con esta pícara que se me va de entre las manos. ¡Un hombre que pone un gabinete como aquel para una cita nada más, y luego me niega cuarenta duros!... Lo salado sería que yo llevase allí a Carola, pero no para hacer una comedia, sino para pasar una tardecita de juerga en los muebles que él ha pagado. ¡Hay allí unos almohadones! ¡Buena broma llevar mi pájara al nido que él fabricó para la suya!