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Y esto otro: Estaba la pájara pinta a la sombra de un verde limón.... Estos cantares los oía en una plaza grande a las mujeres del pueblo que arrullaban a sus hijuelos.... Y así se dormía ella también, figurándose que era la almohada el seno de su madre soñada y que realmente oía aquellas canciones que sonaban dentro de su cerebro.

O ella o yo». Y cuando la pájara repitió que se marchaba, doña Lupe no pudo menos de decirle con acritud: «¿Pero qué haces que no has echado ya a correr?... Francamente, me pasma que tengas pachorra para estar aquí todavía. Otra de más frescura no habrá». Llevándola a su gabinete le habló de la entrega de las cantidades que en su poder tenía.

Como canario en jaula: ahora paece un pardillo o un gorrión, porque está mal vestía; pero si la tuviera un señor, con güena casa y mejor ropa..., ¡vaya una pájara bonita! Por supuesto que tié en la cara una bondad y así unas trazas de muchacha de las que no se echan a perder... ¿Cómo se llama? No me acuerdo bien; pero el nombre no es bonito: creo que es Crisanta, o Cristina, o Críspula.

Lo que había que desear ya era que la prójima se perdiese completamente de vista; que entre la familia y ella mediasen abismos infranqueables; que pudiera decir doña Lupe a los amigos: «esa mujer se ha muerto para ». La sombra de Jáuregui parecía venir en ayuda de las determinaciones de su ilustre viuda, porque a esta le faltaba poco para ver a su marido salirse de aquel cuadro en que retratado estaba, tomar vida y voz para decirle: «Si no arrojas de tu casa a esa pájara, me voy yo, me borro de este lienzo en que estoy, y no me vuelves a ver más.

Ropa sucia y agua de jabón...». Señorita, lo iba a quitar... Pase usted. Me han dicho las vecinas que las dos láminas de Napoleón que caen al lado del altar deben quitarse, porque era muy protestante, masónico y... Déjate de tonterías... ¿Y cómo está esta pájara hoy? ¿Qué tal, hija?

Maxi se rascó una oreja, y sacando de su alma a los labios una sonrisa extraña, cuya significación no pudo entender la señora de Quevedo, «la pájara mala dijo con acento de niño mimoso , enséñemela usted... y el pollo... enséñemelo también». No, no, ahora no replicó doña Desdémona empujándole hacia la puerta . Mañana los verá... Vaya ahora a decirle esto a su tía. v

Y en casa, doña Paula ceñuda, silenciosa, desconfiada, preparándose para una tormenta, recogiendo velas, es decir, dinero, realizando cuanto podía, cobrando deudas, con fiebre de deshacerse de los géneros de la Cruz Roja. «No parecía sino que se preparaba una liquidación. ¿A qué venía aquello?». Doña Paula no daba explicaciones. «Sabía a qué atenerse: su hijo, su Fermo, estaba perdido; aquella pájara, aquella Regenta, santurrona en pecado mortal, le tenía ciego, loco; ¡sabía Dios lo que pasaría en aquel caserón de los Ozores! ¡Qué escándalo!

Tan sólo la duquesa de Bara, fiel a la consigna del caudillo, habíase apresurado a sentarse entre las dos ministras cesantes: la de Martínez, mujer sencillísima y modesta, que se hallaba allí como gallina en corral ajeno, y la de García Gómez, cursi pretenciosa, que pretendía deslumbrar a pájara tan larga como la duquesa con sus alardes de elegancia y de buen tono.

Quedábase muy convencida después de sentar estas arrogantes afirmaciones, y la satisfacción le producía tal contento, que se ponía a cantar en voz baja, arrullando a su hijo; y cuando este se dormía, continuaba rezongando como la pájara en el nido. El gozo, algunas noches, no la dejaba dormir, y se pasaba largas horas jugando con su idea ya realizada, saltándola como Feijoo saltaba el bilboquet.

El campanero y los amigos le admiraban. ¡Un hombre de tanta sabiduría, y trabajaba, como cualquiera de ellos, para ayudar a su hermano! La señora Tomasa le detuvo una mañana junto a la verja del jardín. Hay noticias, Gabriel. Creo saber dónde está nuestra pájara. No te digo más; pero prepárate a ayudarme. El día que menos lo pienses la ves en la catedral. Terminó la erección del Monumento.