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Luz era la flor; el amor de Ángel, es decir, Ángel entero y verdadero, el sol que la esponjaba; y el ambiente y la luz, los cuadros de humana realidad con que él iba despertando a la cándida soñadora de paraísos alegóricos.

Ellos dicen que su paraíso no es sino verjeles; pero entretanto, y por lo que acontecer puede, no son sus moradas sino otros tantos paraísos. ¡Descreídos! ¡Y nosotros siempre astrosos y sin tener un árbol donde gozar la sombra y la frescura!" Mientras esto él imaginaba, un suelto mancebo danzaba en medio del cerco lo más galanamente posible.

Y sinembargo, como todo en el mundo tiene sus gradaciones, esas habitaciones, que son las de la aristocracia de la miseria, parecen paraísos en comparacion de las cloacas subterráneas que constituyen la base de cada uno de esos palacios de la lujuria en harapos y del hambre y la intemperancia!

Mirando Rafael en una hondonada las torres del ruinoso convento de la Murta, casi ocultas entre los pinares, evocaba la tragedia de la reconquista; lamentaba la suerte de aquellos guerreros agricultores cuyos blancos alquiceles aún parecían flotar entre los naranjos, los mágicos árboles de los paraísos de Asia. Era un cariño atávico.

Baudelaire huyendo del burgués de París, Rubén asfixiado por la estupidez del ambiente, Musset ahogando un dolor amoroso, son borrachos corrientes y hasta vulgares. Poe y Verlaine, los clarividentes, me interesan más que todos, porque su órbita literaria estaba en el fondo de esos extraños paraísos violáceos.

Un hombre pasional e imaginativo ama a las bellas mujeres, los viajes por las tierras fabulosas y lejanas, las obras de arte, los libros inmortales. Y sueña con conquistar el oro, que es la palabra misteriosa que abre todos los paraísos y da la serenidad de espíritu necesaria para la contemplación de lo bello.

Otras atribuían su palidez y sus ojos eternamente asombrados á la morfina, al opio, á todos los líquidos y perfumes del estupor, creadores de «paraísos artificiales». La pequeña Alicia de otros tiempos apuraba su vida á grandes tragos, hasta el fondo de la copa. Lubimoff creyó no verla más, pero á los pocos días empezó á recibir cartas de ella.

Los Elíseos, los Paraísos, los Empíreos de otras religiones sólo abren sus puertas a los magnates, a los príncipes, a los sabios, a los guerreros y a los ilustres; mientras que nuestro cielo es el cielo de los pobres, de los humildes, de los pacíficos y de los mansos.

Por aquí les dijo ella señalándoles un camino de paraísos y los dos amigos siguieron la indicación bajo la influencia irresistible de aquel gesto de sencilla majestad.

Hablaban de Mallorca como de un lugar de delicias; recordaban las provincias de tierra firme, de las que eran hijos muchos de ellos, como paraísos a los que ansiaban volver. ¡Las mujeres!... Era un anhelo, un ansia que hacía temblar sus voces y ponía en sus ojos fulgores de locura.