United States or Cameroon ? Vote for the TOP Country of the Week !


Dijo esto en castellano, y Desnoyers experimentó una sorpresa más grande que todas las que había sentido en sus largas horas de angustia á partir de la mañana anterior. ¿De veras que no me conoce? prosiguió el alemán, siempre en español . Soy Otto... el capitán Otto von Hartrott. El viejo descendió, ó más bien rodó por la escalera de su memoria, para detenerse en un peldaño lejano.

A semejanza del antiguo Dios germánico, que era un caudillo militar, el Dios del Evangelio se veía adornado por los alemanes con lanza y escudo. El cristianismo en Berlín lleva casco y botas de montar. Dios se ve movilizado en estos momentos, lo mismo que Otto, Fritz y Franz, para que castigue á los enemigos del pueblo escogido.

Vió la estancia, vió á sus cuñados que tenían el segundo hijo. «Le pondré el nombre de Bismarck», decía Karl. Luego, remontando muchos escalones, se veía en Berlín durante su visita á los Hartrott. Hablaban con orgullo de Otto, casi tan sabio como el hermano mayor, pero que aplicaba su talento á la guerra.

Compadecía á Elena por su infortunio, pasando por alto las afirmaciones políticas de la carta. Se enterneció además al ver cómo lloraba doña Luisa á su sobrino Otto. Había sido su madrina de bautizo y Desnoyers el padrino. Era verdad; don Marcelo lo había olvidado.

Era teniente y continuaba sus estudios para ingresar en el Estado Mayor. «¿Quién sabe si llegará á ser otro Moltke?», decía el padre. Y la bulliciosa Chichí lo bautizó con un apodo, aceptado por la familia. Otto fué en adelante Moltkecito para sus parientes de París. Desnoyers se admiró de las transformaciones realizadas por los años.

El cuerpo adorado se había perdido para siempre en los pudrideros anónimos, cuya vista le había hecho recordar poco antes á su sobrino Otto. Señor, ¿por qué vinimos á estas tierras? ¿por qué no continuamos viviendo en el lugar donde nacimos?... Al adivinar estos pensamientos, vió Desnoyers la llanura inmensa y verde de la estancia donde había conocido á su esposa.

Su carta, escrita un mes antes, sólo contenía fúnebres noticias y palabras de desesperación. El capitán Otto había muerto. Muerto también uno de sus hermanos menores. Este, al menos, ofrecía á la madre el consuelo de haber caído en un territorio dominado por los suyos. Podía llorar junto á su tumba. El otro estaba enterrado en suelo francés; nadie sabía dónde.

F. W. Rogge, titulada Eine literarische Skizze, Berlín, 1883, Verlge von Otto Janke. El yerro de Ochoa es tanto menos disculpable, cuanto que en dicho artículo apela al testimonio de Montalván, cuya muerte, ocurrida en 1639, debía serle conocida: lo peor es que ese mal compilado tesoro tiene cierta autoridad entre muchos, y que sus errores han pasado por esta causa á otros libros.

Esta visión hacía gemir de nuevo á la señora de Hartrott: «¡Ay, mis hijosSu cuñado, por humanidad, la había tranquilizado sobre la suerte de uno de ellos, el capitán Otto. Estaba en perfecta salud al iniciarse la batalla. Lo sabía por un amigo que había conversado con él... Y no quiso decir más. Doña Luisa pasaba una parte del día en las iglesias, adormeciendo sus inquietudes con el rezo.