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Le quedan á usted muy pocos días de esclavitud, gentleman añadió el joven , y por lo mismo sería lamentable que esos malvados le matasen aprovechando los últimos momentos de la tiranía femenina.... No tema usted las consecuencias: castigue con dureza á esos asesinos en el momento que intenten el golpe. ¡Ojalá estuviesen entre ellos sus instigadores!...

Fué ella la que habló, entre exclamaciones de dolor... Georgette estaba en el pabellón: había huído horrorizada del castillo al marcharse los invasores. Estos la habían guardado en su poder hasta el último momento. Señor, no la vea... Tiembla y llora al pensar que usted puede hablarle luego de lo ocurrido. Está loca; quiere morir. ¡Ay, mi hija!... ¿Y no habrá quien castigue á esos monstruos?...

Inglaterra, al iniciar su grandeza en el reinado de Elisabeth, era del tamaño de Bélgica. Si se había hecho enorme, era á costa de los españoles y luego de Holanda, hasta dominar el mundo entero. Y con tanta vehemencia hablaba la doctora en inglés da las maldades de Inglaterra contra España, que el impresionable marino acabó por decir espontáneamente: ¡Que Dios la castigue!...

¡Triste guerra! volvió á repetir . Que Dios castigue á los ingleses. Con una solicitud que conmovió á don Marcelo, le hizo preguntas á su vez acerca de su familia.

A semejanza del antiguo Dios germánico, que era un caudillo militar, el Dios del Evangelio se veía adornado por los alemanes con lanza y escudo. El cristianismo en Berlín lleva casco y botas de montar. Dios se ve movilizado en estos momentos, lo mismo que Otto, Fritz y Franz, para que castigue á los enemigos del pueblo escogido.

Si os hablo sin desfigurar la voz, soy perdido. ¿No cederéis? No. ¡Que os castigue Dios! Bastante castigado estoy, señora. ¡Oh! ¡qué situación tan horrible la mía! exclamó la duquesa. Horrible, , muy horrible exclamó el duque ; horrible para los dos. Porque... porque vos habéis sido un infame dijo la duquesa, que no pudo contenerse más, llorando. Culpad á Dios, que os ha hecho tan hermosa.

De allí te sacamos para que vinieras a comer, y viniste pálido y lloroso. ¡ dirás! Por unos cacharros cualesquiera.... Eran de China, y muy bonitos; pero qué importaba. ¡Todavía se acuerda de ellos tu tía! ¿Por que te sonrojas? ¡Vaya, hijo! ¿Todavía tienes miedo de que te castigue tu madrina? Efectivamente, el recuerdo de aquella diablura me sacaba al rostro los colores.

De allí, de noche, me podréis sacar sin miedo y llevarme a la barca; y mira que has de ser mi marido, porque si no, yo pediré a Marién que te castigue. Si no te fías de nadie que vaya por la barca, rescátate y ve, que yo que volverás mejor que otro, pues eres caballero y cristiano. Procura saber el jardín, y cuando te pasees por ahí sabré que está solo el baño, y te daré mucho dinero.

Arrodíllase entonces en la orilla, y pide al cielo que castigue al perjuro, al mismo tiempo que, impulsada por su amor y por su pena, invoca las bendiciones del cielo sobre la cabeza de su hijo. Negras nubes llenan entonces el espacio. Una borrasca está á punto de estallar, y el buque desaparece á lo lejos en la obscuridad, azotado por las olas.

La señora Desnoyers creyó escuchar desde la avenida Víctor Hugo aquel llanto de madre que corría silencioso en una casa de Berlín. «Comprenderás mi desesperación, Luisa... ¡Tan felices que éramos! ¡Que Dios castigue á los que han hecho caer sobre el mundo tantas desgracias! El emperador es inocente. Sus enemigos tienen la culpa de todo...» Don Marcelo callaba en presencia de su esposa.