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Cuando logré poner punto final a la fiesta, llevé a mis sobrinas a una salita retirada y les dije: «No busquéis novio, hijas mías, entre estos tilingos que tienen la cabeza más vacía que un farol. Estos mocitos de la «haut» bonaerense no valen nada, ni valdrán nunca nada.

R. En la ciudad sólo dos mocitos: uno es clérigo cura, otro es religioso de Catamarca. En la provincia, cuatro más. P. ¿Hay grandes fortunas de a cincuenta mil pesos? ¿Cuántas de veinte mil? R. Ninguna; todos pobrísimos. P. ¿Ha aumentado o disminuído la población? R. Ha disminuído más de la mitad. P. ¿Predomina en el pueblo algún sentimiento de terror? R. Máximo. Se teme aun hablar lo inocente.

Pero con el linaje de estos mocitos ocurre lo que dicen los franceses, refiriéndose a las patatas: «lo bueno está debajo de tierra». Mi hermana, en cambio, se hallaba encantada con la reunión y le satisfacía mucho el papel que habían hecho las niñas, sobre todo Carmencita, que es la más frívola.

El menor estudio les produce neuralgias, y así renuncian los pobrecitos a la adquisición de todo tesoro intelectual, que es el tesoro de los tesoros, prefiriendo el otro, el tesoro amonedado de papá, para derrocharlo en forma dispendiosa en los clubs, en las carreras, en otras cosas peores aún, y acabar, a la postre, siendo unos desdichados. ¿Qué serán éstos mocitos cuando lleguen a viejos?

Mocitos del barrio, con fieltro nuevo y los bucles alisados sobre las orejas, blandían garrotes con belicoso fervor, como si alguien se propusiese faltarle al respeto a la hermosa señora y fuera preciso el auxilio de sus brazos.

En todo Burdeos no hay doncel más hambriento. Si las espuelas de caballero y los ricos cargos se ganasen con el estómago, serías ya lo menos condestable. Pues digo, que si se ganasen empinando el codo, Rodolfito mío, te tendríamos de canciller hace años. Basta de charla, exclamó otro, y que hablen los escuderos de Morel. ¿Qué se dice por Inglaterra, mocitos?

Tampoco esos mocitos de la «haut» producen cosa alguna; por lo tanto el parecido en este punto es idéntico. El ciprés es triste y melancólico; ello proviene, no del lugar en que se halla, sino de su propia forma; puesto en un parque de rosas es igualmente triste. Este carácter lamentable procede de la monotonía de sus líneas, profundamente aburridoras.

Hacia 1868 se graduaron de bachiller, siendo ya dos mocitos que echaban requiebros a las modistas, y poco después sus familias determinaron darles carrera. Ambos padres decidieron que estudiaran leyes.

No es posible afirmar de un modo terminante de quién partió tan salvadora idea, aunque no es aventurado el pensar que brotó en el cerebro malicioso de algún joven madrileño de los que gustan pescar, no en laguna tranquila, sino en río revuelto. Porque este género de excursiones es venero inagotable de riqueza para los mocitos aprovechados.

Entablóse entonces una discusión acalorada sobre los jesuitas, en que salieron a relucir autorizados textos de Eugenio Sue, en su novela El Judío Errante, quedando al cabo decidido que, terminada la comida y mientras los caballos descansaban, irían todos a visitar la tenebrosa madriguera... Diógenes, que hasta entonces nada había dicho, aseguró terminantemente que él no iba, porque no acostumbraba poner los pies donde tenían derecho a ponerle en la calle, y si aquellos señores obraban en razón, era eso lo que debían hacer con las parejas de mocitos y mocitas que amenazaban invadirles la casa.