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Si en vez de ser un fantasma fuera un ser de carne y de sangre, si lo que he cometido fuera una falta, un crimen, lucharía contra él, lo derribaría con las últimas fuerzas de mi voluntad desfalleciente, o me dejaría ahogar por sus manos sangrientas, pero es algo inasible que se desvanece en el vacío: es un demonio que se burla de , un vapor que me rodea... y cuyo veneno sin embargo me mata lentamente.

Vió que la reina era una víctima que luchaba, que estaba sola en la lucha, que era infeliz; comprendió que la reina era valiente, que había luchado, luchaba y lucharía, y que la lucha debía haberla procurado enemigos; vió en los ojos, en el semblante de la reina, la altiva tristeza de la dignidad hollada; comprendió cuánto debía sufrir aquella mártir coronada, unida á un rey casi nulo, sobre el que tenían una decidida, una incontrastable influencia palaciegos codiciosos, vanos, miserables, capaces de todo por sostenerse en el favor del rey, que era el medio para ellos de sostener su vanidad y sus rapiñas; fray Luis, por amor á la reina, fué enemigo de aquellos hombres, contrajo consigo mismo el grave compromiso de defender á la reina, de ayudarla, combatiendo á sus enemigos; y sin embargo, nada dijo á la reina, jamás una mirada suya torpe ó descuidada, pudo revelarla lo que por ella sentía el padre Aliaga.

Me estreché contra él a hurtadillas, diciéndome con ardor: ¡Oh, cómo quisiera cuidarte y velar sobre ti; cómo quisiera hacer desaparecer con mis besos las arrugas de tu frente y las penas de tu alma! ¡Cómo lucharía por ti con toda la fuerza de mi juventud, sin descansar nunca hasta no haber vuelto la alegría a tus ojos y el sol a tu corazón! Pero para eso... Mis miradas se volvieron hacia Marta.

Pero luchar con un hombre hermoso, que acecha, que se aparece como un conjuro a su pensamiento; que llama desde la sombra; que tiene como una aureola, un perfume de amor... esto era algo, esto era digno de ella. Lucharía». Don Víctor volvió del teatro y se dirigió al gabinete de su mujer.

, lucharía, intentaría supremos esfuerzos, y esto, sobre todo, por María Teresa, a fin de ahorrarle un pesar, una preocupación, una lágrima. Fue todo lo que se le ocurrió para consolarse de la persistencia con que ella dirigía hacia otro, la brillante luz de sus ojos. Después de comer, la señora Aubry, muy fatigada por su tarea de enfermera, se adormeció en un sillón.

Toda otra consideración, toda otra forma, no destruye la imagen de esta mujer. Entre el Crucifijo y yo se interpone; entre la imagen devotísima de la Virgen y yo se interpone; sobre la página del libro espiritual que leo viene también a interponerse. No creo, sin embargo, que estoy haciendo de lo que llaman amor en el siglo. Y aunque lo estuviera, yo lucharía y vencería.

Yo también me haría defensor suyo si ella lo hubiera menester; pero está en una edad en que antes necesita guía que defensa. ¿Quién puede pensar en hacerla daño? Eso , si sucediera, si alguien cometiera con ella una mala acción, lucharía con todas mis fuerzas por salvarla.