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Cuando los rayos del sol naciente le despertaron por la mañana en el vagón, lo primero que vio, antes de abrir los ojos, fue un huerto de naranjos, la orilla del Júcar y una casa pintada de azul, la misma que asomaba ahora, a lo lejos, entre las redondas copas de follaje, allá en la ribera del río. ¡Cuántas veces la había visto en los últimos meses con los ojos de la imaginación!...

Alcira como un jardín flotante, ostenta sus tres torres entre dos brazos del rio Júcar, sobre el cual existe todavía el puente romano por donde pasaban los ejércitos de César. Es famosa en la historia la resistencia tenaz que le opusieron á Cárlos V los comuneros alciranos, que les costó la pérdida de sus fueros.

Y, efectivamente; allí estaba aún la estatua del santo como centinela eterno, vigilando el Júcar para oponerse a la maldición del rencoroso San Vicente.

Se embarcaron, y la lancha, impulsada por la corriente, guiada por los remos de Rafael, comenzó a descender el Júcar arrullada por el susurro de las aguas al deslizarse por las altas riberas de barro, cubiertas de cañaverales que se inclinaban formando misteriosos escondrijos. Leonora palmoteaba de alegría.

Un pequeño río tributario se unía al Júcar desembocando mansamente bajo una aglomeración de cañas y árboles; un arco triunfal de follaje.

Al marcharse le exigía el herrador el precio de su trabajo, e indignado San Vicente por su costumbre de vivir a costa de los fieles, miraba al Júcar exclamando: Algún día dirán: así estaba Alsira. No mentres Bernat estiga, contestaba desde su pedestal la imagen de San Bernardo.

Vieron la opulenta ribera del Júcar, pasaron por Alcira, cubierta de azahares, por Játiva la risueña; después vino Montesa, de feudal aspecto, y luego Almansa en territorio frío y desnudo. Los campos de viñas eran cada vez más raros, hasta que la severidad del suelo les dijo que estaban en la adusta Castilla.

Después, extinguida su risa, que asombraba a Rafael, continuó más tranquilo: Pues esa señora extranjera, como dices, es de aquí, y ha nacido en la misma calle que . ¿No conoces a doña Pepa, la del médico, como la llaman; una señora pequeña que tiene un huerto junto al río y vive en una casa azul que se inunda siempre que sube el Júcar?

En el mercado sólo se hablaba de aquel paseo nocturno por el Júcar; el diputado, sudoroso, encorvado sobre los remos, y ella despertando con sus canciones extrañas a la gente de las alquerías. ¡Lo que decían aquellos maldicientes!... Y ella reía, pero con risa ruidosa, agitada por estremecimientos nerviosos; con una risa que sonaba a falsa; sin una palabra de queja.

Todo llega para el amor. Muchas veces en su época de resistencia, al contemplar por la noche desde su balcón aquel río que serpenteaba a través de la campiña dormida, había pensado con delicia en un paseo por el inmenso jardín del brazo de Rafael, en deslizarse por el Júcar, llegando hasta la isla.