United States or Belarus ? Vote for the TOP Country of the Week !


En todos estos lugares había un grupo de jóvenes o de viejos que le juzgaban parte integrante de la tertulia. No había tal. D. Laureano no se entregaba a ninguna sociedad; saltaba de una a otra con la mayor indiferencia.

Ya yo iba tosiendo y escarbando, por disimular mi flaqueza, limpiándome los bigotes, arrebozado y la capa sobre el hombro izquierdo, jugando con el decenario, que lo era porque no tenía más de diez cuentas. Todos los que me veían me juzgaban por comido, y si fuera de piojos, no erraran.

Las vi con la imaginación mientras escuchaba al doctor yendo de sala en sala como apariciones de salud que esparcían en torno la dulce alegría de vivir. Con los oficiales se mostraban algo recelosas. Eran hombres de su mundo, y tal vez por esto los juzgaban temibles, no pasando en su intimidad más allá de una solicitud natural y grave.

Ponían ellos en ejecución su táctica propia, consistente en atacar con mucha energía sobre el punto que juzgaban más débil, para desconcertar al enemigo desde los primeros momentos.

En aquellas montañas veían casi todos el origen de su raza; allí juzgaban que residían sus tradiciones y sus leyendas; allí esperaban la futura realización de sus ambiciones y de sus sueños; de allí suponían que había de bajar el salvador, el ángel de la gloria ó de la libertad.

Juzgaban como un lugar desconocido y asombroso el mismo punto por el que habían pasado momentos antes.

El automóvil y el collar de perlas llevan hechas más víctimas que las guerras de Napoleón decía Atilio. Eran estas dos cosas como el uniforme de gala de la mujer, y las que carecían de ellas se juzgaban infelices y maltratadas por la suerte. Su doble imagen turbaba las ilusiones de las vírgenes y la fidelidad de las esposas.

Hace ya cerca de dos años que él me ama de amor, que me respeta cuando todos me desdeñaban, que me trata como a una señora y como a una santa cuando todos me juzgaban una perdida, que no ha sentido vergüenza ni ha vacilado en ofrecerme su mano y en darme su nombre, que aun viéndose desdeñado por ha seguido amándome y que me ha celado, y creyéndome pocos días ha prendada de otro hombre o harto liviana para concederle favores, ha faltado poco para que se muera de pena. ¿Qué hay, pues, de absurdo ni de repentino en este compromiso?

Los sapos ponzoñosos é hinchados, Con escuerzos nocivos, por muy sanas Comidas se juzgaban; que forzados Los hombres de su rabia y fuertes ganas, Estando los escuerzos desollados, Juzgaban ser en todo puras ranas: Y aun el sabor decian que excedia A las ranas en grande demasía.

Los tribunales eclesiásticos juzgaban hasta al mismo rey, pero la justicia seglar no podía tocarle un pelo de la ropa al último sacristán, aunque cometiese los mayores delitos en la vía pública. Sólo la Iglesia podía juzgar a los suyos.