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No, no lo había». Y lo que más temía doña Paula era que el Magistral no pudiera sufrir sus celos, su ira, y cometiese algún delito escandaloso. La desesperaba la imposibilidad de consolarle, de aconsejarle.

Pero el valentón sonreía bondadosamente, satisfecho de mostrarse prudente y paternal con este viejo rabioso; y así fué conduciéndole hasta su barraca, donde quedaron él y los amigos vigilándolo, dándole consejos para que no cometiese un disparate. ¡Mucho ojo, tío Barret! Aquella gente era de justicia, y el pobre siempre pierde metiéndose con ella. Calma y mala intención, que todo llegará.

¡Si cometiese semejante falta replicó la señora de Aymaret riendo , no sería una prudente mujercita!... Caía la tarde y las dos amigas se despidieron. Pero Elisa vino a ver a Beatriz con frecuencia hasta tanto que pareció ésta a la vizcondesa más calmada.

Diciendo esto, cogió una tea, y pegó fuego á la casa. Asustado Zadig dió gritos, y le quiso estorbar que cometiese accion tan horrenda; pero se le llevaba tras con superior fuerza el ermitaño. Ardia la casa, y el ermitaño que junto con su compañero ya estaba desviado, la miraba arder con mucho sosiego.

De este modo puede suponerse que quedando el cuarto mas noble de la mezquita completamente cerrado al pueblo por ambos lados de norte y sur con las dos Maksuras, y ocupada esta seccion por los principales personages de la corte y oficiales palatinos, no sería fácil que se cometiese ninguna irreverencia en la persona del Imám ni en el venerado Mushaf cuando este era sacado ó restituido al tesoro por dos ministros y un tercero delante llevando un cirio encendido . Quedaban las dos Maksuras una enfrente de otra, y ambas á dos comprendian el mismo espacio, al menos en su longitud de oriente á poniente, puesto que interceptaban las tres naves del medio de las once que la mezquita tenia.

¡Si al menos se cometiese otro crímen mañana ó pasado! decía. Y ante el pensamiento de aquel hijo muerto antes de impreso, capullos helados, y sintiendo que sus ojos se humedecían, se vistió para ver al director.

Pedirían una fianza, y no era cosa fácil para unos pobres como ellos el conseguirla. Por fin, quiso dar un consejo al señor José. El Barrabás era cosa perdida. Lo mismo daba que permaneciese en la cárcel que en la calle. Casi le favorecían dejándolo allí, pues evitaban que cometiese nuevos delitos. El albañil no volvió por casa de Maltrana.

El millonario quiso hacer algo por ellos; pero apenas intentó distribuir unas botellas de vino, unos panes, lo primero que encontró á mano, se interpuso un médico, apostrofándole como si cometiese un delito. Sus regalos podían resultar fatales.

Los tribunales eclesiásticos juzgaban hasta al mismo rey, pero la justicia seglar no podía tocarle un pelo de la ropa al último sacristán, aunque cometiese los mayores delitos en la vía pública. Sólo la Iglesia podía juzgar a los suyos.

Tanto valdría que un bárbaro escupiese al Apolo Délfico o que un judío cometiese irreverencia ante Jesús Sacramentado. Don Juan se arroja, o cree arrojarse, sobre el marido, y ofendiéndole de palabra, le sujeta, le zarandea y le sacude... Suena una bofetada.