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El Capitán, Hans y el chino habían esperado en vano en el bosquecillo de nueces moscadas la vuelta de los cazadores, que se habían alejado siguiendo al babirussa. Al principio no se inquietaron, creyendo que el animal los había llevado muy lejos; pero viendo que las horas pasaban sin que Cornelio ni Horn volvieran, comenzaron a recelar que les hubiera podido ocurrir alguna desgracia.

Juan era inteligente y laborioso, e hizo tales progresos, que sus dos profesores, el cura sobre todo, al cabo de algunos años se inquietaron, pues su discípulo sabía ya casi más que ellos. Por ese tiempo fue la Condesa, después de la muerte de su marido, a establecerse en Lavardens, trayendo un preceptor para su hijo Pablo, el cual era un hombrecillo precioso, pero de los más perezosos.

A los fines de Junio del mismo año se prevenía el P. Felipe Suárez para ir á cinco Rancherías de Morotocos, á atraer la gente al conocimiento del verdadero Dios; pero se hubo de detener algún tiempo por haber recibido carta del P. Visitador y Vice-Provincial Antonio Garriga, en que le ordenaba sucediese al P. Juan Patricio Fernández en el oficio de Superior de aquellas Misiones; con todo eso, por no perder la ocasión, fué allá y trajo felizmente para Dios el pueblo, del cual muchos se inquietaron después y quisieron volverse á sus antiguas miserias, por ser el clima poco conforme á su salud; mas premiando Dios los trabajos y fatigas de su siervo, que verdaderamente fueron grandes, especialmente una ardientísima sed de cinco días, sin tener una gota de agua con qué refrigerarla, se quietaron, finalmente, y se redujeron todos á ser cristianos y tomar casa fija en San Joseph.

Las primeras autoridades de la provincia previeron futuras cesantías ó cambios de destino; los pobres gobernadorcillos y cabezas de barangay se inquietaron y no pudieron dormir, temiendo no vaya á antojársele al divino cazador sustituir con sus personas la falta de sumision de los cuadrúpedos del bosque, como ya lo había hecho años antes un alcalde viajando en hombros de polistas porque no había caballos tan mansos para responder de su persona.

Contemplando las fúnebres alegorías, y leyendo los letreros de las lápidas, que tanto inquietaron mis años infantiles, de nuevo mil incidentes de mi niñez y escuché, una vez más, la voz de personas queridas, entre ellas Angustias, quien me aseguraba dogmáticamente que mis muertos jugaban al ajedrez todas las noches....

Miró también Ponte al clérigo, después a la señora, atormentado por ciertas dudas que inquietaron su conciencia. «Benina es un ángel se permitió decir tímidamente . Pida o no pida limosna, y esto yo no lo , es un ángel, palabra de honor. ¡Quite usted allá!... ¡Pedir mi Benina... y andar por esas calles con un ciego!... Moro, por más señas indicó D. Romualdo.